PuroPeriodismo.com/ Edgar Fonseca, editor
- Sergio Ramírez, el gran escritor nicaragüense, nos tiene acostumbrados a exquisitas narraciones periodísticas sobre los hechos más insólitos. Las matiza con la riqueza literaria por la que deben apostar los mejores practicantes del oficio. En el artículo adjunto, el cronista de Masatepe describe el fastuoso funeral del líder supremo de Corea del Norte, donde el régimen no dejó nada a la imaginación.
El Líder Supremo sube a los cielos *
Sergio Ramírez M.
Los funerales de Estado, iguales que las bodas reales, son grandes puestas en escena destinadas a conmover a las multitudes que se alinean en las calles o a las puertas de las catedrales y palacios, contenidas por las vallas de la policía, y que igualmente congregan a millones frente a los aparatos de televisión como en las grandes lides del fútbol. Los funerales del presidente Kennedy, por ejemplo. La boda y los funerales de la princesa Diana, quien tuvo la doble gracia de casarse y ser enterrada en olor de multitudes.
Pero los funerales del Líder Supremo de Corea del Norte Kim Jong-il desbordan toda imaginación y entran en el territorio más profundo de la divinidad. Kennedy y la princesa Diana eran mortales a quienes llegó su hora, mientras que el alma del Líder Supremo se desprende de su envoltura terrena y sube a los cielos como el verdadero dios que es, semidiós es demasiado poco, para sentarse a la diestra de su padre Kim Il-sung, fundador de la dinastía, quien ahora tiene el título de Líder Eterno, y como eterno que es, sus fotos gigantescas y sus estatuas doradas están por todas partes.
Ahora su ascenso a los cielos ha sido marcado también por señales divinas. Como es el tiempo en que el crudo invierno desata sus peores furias sobre Corea, a la hora de su muerte se detuvo la tormenta de nieve que azotaba el sagrado monte Paektu, doblemente sagrado pues a través de la historia de los siglos vio nacer un reino y al heredero de ese reino. Entonces, al cesar la tempestad, el cielo ya completamente radiante se encendió de rojo.
La histeria de las lágrimas es obligatoria. En eso, los guionistas son implacables
En Hamhung, a la hora en que el Líder Supremo expiraba a bordo de un tren, una grulla de Manchuria, entre graznidos lastimeros, voló en círculos desesperados alrededor de la gigantesca estatua de Kim Il-sung, luego se posó en un árbol, inclinó la cabeza en señal de profundo respeto y reemprendió su vuelo. Fue allí en Hamhung, precisamente, donde el Líder Eterno puso en ejecución uno de sus grandes inventos, pues también era científico: una fábrica que producía hilo para fabricar ropa, sacado de las piedras.
Otros pájaros en otras ciudades se apiñaron en los árboles al conocer la noticia del deceso, como si celebraran asambleas de duelo. Nada de esto puede atribuirse a la imaginación tendenciosa de nadie. Está registrado en las páginas del Rodong Sinmun, el periódico oficial del Comité Central del Partido de los Trabajadores de Corea.
¿Y cómo era Kim Jong-il, según las biografías oficiales de lectura obligatoria en escuelas y universidades? Desde muy niño estuvo dotado de “una inteligencia asombrosa, un agudo poder de observación, una gran capacidad de análisis y una perspicacia extraordinaria, valiente y ambicioso, tenía un pensamiento creativo y miraba cada problema con un ojo innovador. Tenía un carácter fuerte y audaz, que le permitía completar cualquier tarea por difícil que fuera. Poseía un amor cálido y humano y una mente abierta, siempre era generoso, poco ceremonioso y afectuoso con la gente”. Nada dicen de su pasión desmedida por las actrices, todo un harén de ellas, ni por las películas de Hollywood, de las que conservaba miles en su cinemateca privada.
Sus funerales han sido regidos por una estricta coreografía. Por la gran avenida cubierta de nieve la caravana de automóviles negros avanza, en la capota del primero de ellos un enorme retrato enflorado del dios que ha empezado su tránsito hacia las regiones celestes. Sonríe, congelado en los años de su juventud. Y como se trata de una dinastía de dioses de un Olimpo reglamentado, donde hasta los llantos y suspiros se hallan bajo las órdenes del partido, su hijo Kim Jong-un, que por su aspecto denota que disfruta de la buena mesa, marcha de primero al lado del féretro. Fue sacado del colegio en Suiza antes de que aprendiera nada, y es el sucesor gracias a un descuido imperdonable de su hermano mayor Kim Jong Nam, descubierto al querer ingresar a Japón con un pasaporte falso, pues la ambición de su vida era visitar el Disneyland de Tokio. Ahora vive en el exilio en Macao, muy a gusto porque allí abundan los casinos.
La puesta en escena del funeral es impecable. La gente se alinea por millares a lo largo de la ruta del desfile, aterida por el frío y soportando estoicamente la nevada. Sollozan, lloran a gritos, imprecan al cielo con los brazos en alto, se arrodillan, se lanzan al suelo, se desmayan, y los más dramáticos son los de la primera fila. Hay siempre en la vida quienes expresan su dolor de manera estoica, silenciosa, sin alardes; pero aquí no. La histeria es la regla porque los guionistas son implacables.
Con las mejillas arrasadas en lágrimas, un oficial del Ejército declara a la televisión oficial: “La nieve, como las lágrimas, cae sin fin. ¿Cómo no iba a llorar el firmamento cuando hemos perdido a nuestro general que es un gran hombre del cielo? Mientras la muerte nos separe de nuestro general, el pueblo, las montañas y el cielo derramaremos lágrimas de sangre. ¡Querido Comandante Supremo!”. El oficial es apuesto, su traje militar es impecable, y parece haber sido maquillado antes de salir a escena. A su lado, una joven muy bella, también en uniforme militar, llena de congoja repite palabras parecidas, que igual parecen aprendidas de un guión teatral.
El nuevo dios Kim Jong-un, tercero de la dinastía divina, obeso e inexperto, ya tendrá su hagiografía también. Una nueva estrella en el firmamento en anuncio de su nacimiento, un arcoíris triple. Y sus estatuas doradas por doquier.