“He decidido dimitir” le dijo, por teléfono, el hasta entonces presidente Richard M. Nixon a su asesor Bob Haldeman, el 7 de agosto de 1974, horas antes de anunciar la decisión al país tras el escándalo Watergate. Reseña de El País, Madrid, de las memorias de una figura clave en el escándalo. Haldeman recuerda así aquellos dramáticos instantes: “En aquel momento el presidente estaba tranquilo y se explicaba con corrección, sin apasionamiento, Me dio las razones por las cuales se decidía a abandonar voluntariamente la posición política más importante del mundo.
El presidente barruntaba que, no solamente por la posibilidad de «impeachement» (procedimiento de destitución de un presidente regulado en la Constitución de los Estados Unidos) de la Cámara de Representantes, él debía dimitir. También consideró el riesgo de que encontrase pocos votos favorables en el Senado. En definitiva pensó que si se le abriese un proceso que calculó duraría seis meses, elIo tendría devastadores efectos sobre los intereses del país y sobre su política internacional.
-¿Está usted convencido de esta decisión, señor presidente? ¿No quiere que la discutamos?, le pregunté.
-No. La decisión está tomada. Es completamente firme y creó que , es acertada, contestó el presidente.
Por supuesto se trató de un momento de mucha emoción, aunque la conversación no se desarrolló en un tono emotivo. Yo no dudaba que el presidente estaba causandose la muerte así mismo”.