Caribe mágico y desafiante…

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Con playas y parajes espectaculares, las islas del Caribe profundo, desde Puerto Rico a Barbados, atrapan a millones de turistas de todo el mundo/ Fuertísima competencia y escuela para nuestro sector turismo/Crónica de viaje. 

Edgar Fonseca, editor www.PuroPeriodismo.com

Las imágenes se nos agolpan. Unas se nos quedan para siempre. Otras se desvanecen.

Fueron 11 días por esas aguas, costas y ciudades del Caribe profundo.

Por ese Caribe de diminutas islas y naciones de rica y dolorosa historia, a lo largo de siglos, pero de vibrante presente a la luz de centenares, de miles y de millones de turistas que las desbordan todo el año.

Gentes, sentimientos, calles, vestimentas multicolores, casitas pintadas con tonos amarillos, azules, cremas, profundos, clavadas contra aquellas colinas que bordean ese Atlántico que cubre sus costas de aguas azules, verdes, de un tono turquesa imborrable, en sus magnéticas playas blancas…. ¡quién pensaría el monstruo que allí se engendra y las amenaza cada temporada de huracanes!

Son sonidos, son gestos, son palabras que compartimos durante este periplo de fin de año por esas pequeñas naciones caribeñas, en  un ir y venir de emociones, de sensaciones, de realidades, de contrastes e inevitables comparaciones con nuestra amada tierra tica.

Imágenes de Puerto Rico, St. Maarten, St.Kitts, Antigua, Saint Lucia, Barbados, corren por nuestra retina desde que arribamos a la “perla de los mares”, como le cantaba, locamente enamorado, aquel “Inquieto Anacobero”, Daniel Doroteo Santos, nacido en el capitalino barrio Santurce de San Juan.

Y entonces al lanzar nuestra mirada hacia aquel Atlántico de infinito azul, desde la que fuera la impenetrable fortaleza colonial de San Felipe del Morro, al caminar por sus inmensas explanadas verdes, al enrumbarnos hacia el Viejo San Juan, al andar sus callecitas estrechas, limpias, empedradas, de casitas de doble y triple pisos multicolores, muchas de ellas convertidas en botines de oro comercial, como restaurantes o bares, salas públicas y de arte, no dejamos de preguntarnos por el desafío que atractivos históricos y naturales como este y los que descubrimos en el resto del viaje, significan para nuestra primer fuente de divisas, la industria turística. En atractivos, en precios, en comodidades, en servicios, en seguridad, en limpieza, en…

 

Puerto Rico, ¿en quiebra? Increíble

Apenas terminábamos nuestro recorrido de mediodía, aquel sábado 10, cuando en el  taxi que nos llevaba de regreso hasta el hotel en el barrio de Isla Verde, nos enteramos que empezaría un bloqueo de taxistas en el Viejo San Juan, contra la presencia de Uber. Como aquí, la multinacional de servicio privado de transporte público, desata controversia.

A las 6 de aquella tarde de sábado, partimos hacia nuestro primer destino: St. Maarten. Nos acomodábamos y preparábamos, cuando nos sorprendió un bullicioso festival acuático navideño, una especie de Festival de las Luces, repleto de yates, barquitos, veleros, repletos, de luces multicolores recorriendo la bahía de San Juan, repletos de salsa.

Nadie imaginaría que detrás de aquel jolgorio, detrás de la calidez de sus gentes, detrás de su pujante industria turística, detrás del tesoro histórico y natural que resguarda, políticos y gobernantes tienen a este singular “estado libre asociado” de EE.UU., a un paso de la declaratoria de quiebra fiscal, con un déficit de $6 billones, con un desempleo del 12.2%, el doble que en la nación norteamericana, y con las mayores tasas de pobreza comparada con el resto de estados.

Y pensamos en San José donde los políticos, sin distingos de color,  quedan con una deuda mayor al acabar este año mientras el país se aproxima a un precipicio fiscal muy parecido al de Puerto Rico.

Dejamos San Juan para un primer tramo de travesía de 14 horas que nos llevó a arribar el domingo 11 a las 8 a.m a St. Maarten, isla de 37 km2 de extensión, con 34 mil habitantes, mitad jurisdicción holandesa, mitad francesa. Le llaman la “isla amistosa”.

Modernas instalaciones portuarias, destinadas a atracar buques de gran calado, evidenciaron aquí y en el resto de sitios visitados, la apuesta indiscutible de estas naciones por cazar parte del botín de esos 24.2 millones de turistas que, se estima, movería la industria del turismo marítimo en el mundo en 2016, con el Caribe como región dominante con 33.7% de participación, según el sitio cruising.org.

Aquí recibimos migajas de ese pastel y… los sindicatos torpedean la llegada de cruceros.

Recorremos St. Maarten en un abrir y cerrar de ojos. En Orient Bay nos sorprende un rótulo que prohibe el nudismo. Caminamos 25 metros más allá  y encontramos la razón, en este otro tramo de la playa sí se tolera. Y está repleto de relajados turistas.

Llegamos luego a Maho Beach, del lado holandés, atestada de turistas europeos, norteamericanos y locales que disfrutan, incautos, a escasos metros del aeropuerto internacional Princesa Juliana, inaugurado en 1944 y recién modernizado para atender 2.5 millones de pasajeros anualmente. Su pista principal da al mar. Los aviones se desplazan a cada nada peligrosamente sobre las vidas de decenas de los veraneantes a pesar de rótulos de advertencia.

El lunes 12, tras otras 14 horas de navegación, llegamos a St. Kitts. Nos recibe una banda de calypso de seis veteranos músicos. Uno de ellos, de augusta mirada, viste una camisa matizada por enormes clavelones de rojo encendido. Me le acerco, lo retrato con mi celular una y otra vez, y nada le inmuta, concentrado en su tonada.

Caminamos por las calles de su capital, Basseterre, bajo una discreta seguridad policial.  Calles bastante limpias por cierto. La pequeña ciudad apenas se despereza, aquella mañana de lunes, con la oleada de visitantes.

Cruzamos  el parque Independence Square, un tanto descuidado, con una pileta semivacía de agua y esculturas despintadas. Y visitamos la co-catedral de la Inmaculada Concepción, inaugurada un seis de diciembre de 1928; un imponente templo de piedra gris, en cuyos vitrales resaltan las pinturas de una virgen y un niño negros en el portal.

En una pequeña soda, por $ 6,  compartimos tres Cocas y derecho a Internet. Cualquier anzuelo vale para atrapar clientes.

En St. Maarten y en St. Kitts las instalaciones portuarias son modernas, amplias, amigables con el usuario y  lo primero que recibe al visitante son espaciosas áreas comerciales, placenteros paseos y bulevares turísticos.

Me acuerdo que en Puntarenas ha costado un mundo revivir el Paseo de los Turistas y no hay ningún otro bulevar como aquellos en nuestros sitios turísticos costeros de mayor afluencia. ¡Cómo hacen falta aquí espacios como estos para solaz y esparcimiento de los visitantes y de los locales!

A Antigua, bautizada así por Cristóbal Colón al descubrirla en 1493, llegamos el martes 13. Aquella madrugada el mar estuvo más embravecido de la cuenta con su fuerte oleaje y sus fuertes vientos que remecían a placer nuestro barco.

“Martes 13, ni te cases ni te embarques”, reza el adagio, pero aquella gente nos atendió de maravilla. Antigua está en la mira de las mafias del narcotráfico internacional, lo que ha llevado a su gobierno a coordinar operaciones con EE.UU. de persecución naval y aérea, además de suscribir un tratado bilateral de extradición.

Subimos una pequeña colina hasta llegar a la catedral anglicana de St. John. Está en reparación pero aquella gran estructura de roca grisácea, cuya primera construcción data de 1845, evidencia el esplendor y la solemnidad de los eventos allí celebrados. Antigua tiene una extensión territorial de 281 km2, con 80 mil habitantes y un per cápita de $12 mil.

“Headless body”, (cuerpo decapitado), titulaba aquel martes en sus calles el diario Observer de Antigua en un distintivo papel blanco, para hacerme poner los pies en la realidad cotidiana de aquí y de allá.

Como en Jurassic…

El miércoles 14 nos esperaba Saint Lucia, isla colonizada primero por franceses en 1635, de 617 km2 de extensión territorial, de 185 mil habitantes y un per cápita de $8 mil. Queríamos recorrer sus playas pero, cuando nos dimos cuenta, el taxista nos llevaba raudo hacia una montaña sin fin, hasta alcanzar el misterioso volcán La Soufriere, y sus conos Pitón grande y Pitón pequeño, guardianes de la ciudad del mismo nombre, a unos 60 kilómetros de la capital Castries.

Aproximar aquel macizo volcánico y sus fuentes geotérmicas azufradas nos llevó, durante casi dos horas, por una serpenteante ruta hasta lo profundo de la isla en la que cruzamos pequeños poblados y ventas de comidas y artesanías a sus veras y a subir y descender,  a subir y descender por tramos  profundamente verdes, empapados de lluvia y humedad Caribe. De pronto un pesado manto de niebla nos borró la imagen del volcán. Entonces me acordé de Jurassic Park.

Tanto al paso por la ciudad de La Soufriere como por Castries notamos, más evidente, la miseria que también carcome a estas ciudades.

El jueves 15 llegamos a Barbados. ¿Por qué el nombre de Barbados? No hay certeza. Unos creen que es una palabra de origen portugués. Otros aseguran que es de raíz española y que al parecer proviene del calificativo a indígenas llenos de barba que habitaron la isla.

Aquella mañana de jueves, nublada a veces, de sol radiante, otras, nos destapó un tesoro de playa en la céntrica Carlisle Bay.

Larga, de impecable arena blanca, aguas cristalinas, azules, verde turquesa, limpia, segura, acogía a miles de veraneantes y de especies marinas que pasan justo a sus pies.

Los negocios instalan cámaras a sus entradas de tal manera que el acceso desde y hacia la playa está controlado. Algo digno de copiar en estos lares de tanta inseguridad en estos tiempos.

De regreso notamos desde el taxi a una ciudad vibrante en el ajetreo navideño. Después de Puerto Rico, Barbados era la isla más grande de todas las visitadas,  de 439 km2, 277 mil habitantes y con un per cápita de $16 mil.

Regresamos a San Juan el sábado 16, tras 36 horas de navegación. Atrás quedaban aquellos diminutos territorios caribeños insulares que, quizás, por estar clavados en el mar para muchos no existen pero que son una realidad incuestionable de fuertísima competencia y escuela para nuestro sector turismo, en tiempos de una nueva y loca era de conquista global por cazar, cada quien, parte del tesoro del turismo marítimo mundial.

Para muestra un botón: Puerto Rico espera el nuevo año una cifra récord de 1.6 millones de turistas de cruceros con un ingreso de $240 millones a la agobiada economía isleña. En nuestro país 216 mil viajeros de cruceros dejaron $20 millones en el periodo 2014-2015.

Panamá, punto y aparte. La diferencia en infraestructura entre Panamá y Costa Rica es abismal. Los panameños ya casi finalizan el megaeropuerto del nuevo siglo, y aquí nuestros gobernantes y constructores, sin distingos, llevan 10 años sin poder reparar un hueco en un puente clave. Y atrasan y atrasan y atrasan el inicio del nuevo aeropuerto internacional.

… Un consejo final  a los señores del ICT, aprovechen Copa, gigante aéreo regional, para propagar nuestras riquezas y atractivos. Porque con su cinta costera, con sus mega mall, con el crucero del canal y sus demás riquezas naturales, Panamá está a la vuelta de la esquina de dejarnos atrás, también, en esta nueva era de conquista global.

 

 

 

 

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