Vladimir de la Cruz, analista político
San José-En el proceso histórico electoral costarricense cada elección es una nueva elección, no importa si los partidos políticos que participan son viejos, por su existencia y origen.
Tradicionales porque han jugado en varias elecciones, por lo menos en dos o más. Nuevos porque en esa elección participan por primera vez con intención de quedarse para jugar en otras elecciones, o son de ocasión, solo para participar en una particular elección.
Esta situación puede evaluarse tanto para partidos políticos de carácter nacional, que participan en todas las provincias y que además tienen candidatos presidenciales, para los exclusivamente provinciales, sea que participan en una o en varias provincias, pero no en todas, y para los cantonales específicamente.
Hay que entender también que un partido político nacional, generalmente participa con candidatos a la Presidencia, a las diputaciones, en una, varias o en todas las provincias, y con candidatos a las municipalidades, igualmente en una o varias por provincia, o en todas las municipalidades de cada provincia, pudiendo incluso no tener listas completas de candidatos en esas provincias y municipalidades, como se puede apreciar en el récord histórico de listas o papeletas que se tienen en el Archivo del Tribunal Supremo de Elecciones.
Un partido nuevo es sin duda aquel que participa por primera vez, independientemente de su resultado, y que permanece luego de la elección con vista a la siguiente. Lo es nuevo en ese momento. Si sigue participando deja de ser nuevo.
Es como un parto, desde el nacimiento, luego el crecimiento como niño hasta la etapa juvenil, después la etapa de adulto y adulto mayor.
El partido ad hoc o de ocasión es aquel que siendo nuevo lo es solo para esa elección y allí desaparece. Es como el parto del nacido que no dura más de 24 horas, y por esa razón no queda inscrito en el Registro Civil. En los partidos políticos sucede algo parecido.
El partido tradicional es aquel que ya ha participado en varias campañas electorales, haya o no elegido representantes populares en la Asamblea Legislativa o en las Municipalidades.
El partido viejo es aquel que se mantiene durante muchos procesos electorales, generalmente eligiendo disputados o representantes municipales.
De esta gama hay partidos gobernantes, no gobernantes, y cogobernantes.
Los partidos no gobernantes son aquellos que nunca han ejercido la Presidencia de la República o el control del Poder Ejecutivo.
Los partidos cogobernantes son, a mi modo de ver, los partidos que no siendo gobierno, por control del Poder Ejecutivo, eligen diputados y, desde el Congreso, realizan una labor legislativa, que por su naturaleza es cogobernante con el Partido que ejerce el Poder Ejecutivo. Esta particularidad se da por cuanto seis meses al año, de cada Legislatura, o período anual legislativo, estudian y aprueban o no Proyectos de Ley que el Poder Ejecutivo les envía a los diputados, que tienen la obligación de concentrarse en ellos, bajo el mandato del propio Poder Ejecutivo que los pone a sesionar para que conozcan, en todo su trámite, los Proyectos de Ley que les somete a su aprobación. Así de los cuatro años de cada gobierno los diputados trabajan dos años exclusivamente atendiendo Proyectos de Ley del Poder Ejecutivo. En su sola discusión, aprobándolos o no, están cogobernando con la agenda del Poder Ejecutivo.
En las sesiones ordinarias, de cada Legislatura, cada Partido, con sus diputados, de acuerdo al Reglamento Legislativo, hace o propone sus propios Proyectos de Ley. Y de nuevo aquí se reafirma el carácter cogobernante al dar impulso a los Proyectos de Ley de la bancada de diputados del partido que está gobernando y por la forma como se discuten estos Proyectos en la Agenda Parlamentaria.
Los partidos gobernantes lo son porque han controlado el Poder Ejecutivo, y son quienes han ejercido la Presidencia de la República y nombrado ministros.
En el proceso histórico electoral nacional, desde 1953, solo seis partidos partidos políticos lo han hecho, entre ellos tres coaliciones. El Partido Liberación Nacional ha ejercido el Poder Ejecutivo en nueve de los dieciséis gobiernos que ha habido, las coaliciones que triunfaron en 1958 llevando a Mario Echandi a la Presidencia, la de 1966 que llevó a José Joaquín Trejos Fernández al Poder Ejecutivo, y la de 1978 que hizo triunfar a Rodrigo Carazo. A partir de 1982 hasta el 2014 se repartieron la alternancia en el Poder Ejecutivo los partidos Liberación Nacional y la Unidad Social Cristiana, que resultó de esta última coalición cuando se fundó y empezó a participar como partido en 1994. Y a partir del 2014 se incorporó en la galería de partidos gobernantes el Partido Acción Ciudadana.
No sabemos qué va a a pasar
No sabemos obviamente, hasta febrero del 2018, si el Partido Acción Ciudadana seguirá en el Gobierno, si el Gobierno lo recuperará Liberación Nacional o la Unidad Social Cristiana, como partidos que han gobernado, o saldrá un nuevo partido gobernante, que en este momento no se avista. Lo real y cierto hasta hoy es que estos son los únicos partidos gobernantes de Costa Rica durante la Segunda República. En el escenario de los partidos que se definen, por sus esquemas propagandísticos, como antigobernantes es a ellos, a quienes tienen que dirigir sus baterías.
En esta figura de partidos gobernantes, especialmente por los que vienen gobernando con vestido propio, que no son coaliciones, es que hablamos del llamado bipartidismo nacional, que refiere específicamente a Liberación Nacional y la Unidad Social Cristiana, que también se les califica de tradicionales. Con el Partido Acción Ciudadana tenemos hoy un tripartidismo gobernante. El reto del 2018 es saber si se mantendrá, primero la continuidad de Acción Ciudadana en el gobierno, o la alternancia con Liberación Nacional o la Unidad Social Cristiana, y corroborar en el 2022, si se mantiene esta alternancia con Acción Ciudadana o se recompone el país al esquema anterior bipartidista, salvo que surja una nueva fuerza política electoral, que no se ve todavía.
Considerando a las coaliciones políticas, que gobernaron el país, anteriores a la constitución de la Unidad Social Cristiana, como movimientos políticos anti Liberación Nacional, donde se expresaron programáticamente exaltando valores socialcristianos, se puede afirmar entonces, a los efectos de esta reflexión, que hasta el 2014 el país estuvo gobernado por liberacionistas y por socialcristianos. Estos son los responsables directos de lo bueno y de lo malo que se quiera ver en el proceso histórico y democrático nacional desde 1953 hasta el 2014.
A partir del 2014 se incorpora en esta galería de partidos gobernantes al Partido Acción Ciudadana.
Ahora bien, los procesos electorales desde 1953 conocen la alternabilidad continua de partidos gobernantes, y la continuidad de un período de gobierno para un mismo partido político, haciendo que ese partido gobierno durante ocho años seguidos el país, con distintos presidentes, como fueron los gobiernos de Figueres y Oduber, Monge y Arias, Rodríguez y Pacheco, Arias y Chinchilla. Hasta hoy no se han dado tres gobiernos seguidos.
Pero cuando un Partido se reelige para otro gobierno ha hecho que el otro partido gobernante pierda dos veces el control del Poder Ejecutivo, situación que no ha hecho desaparecer a Liberación Nacional o a la Unidad Social Cristiana cuando esto ha sucedido. ¿Por qué pensar entonces que ante el 2018 estamos en una situación de que si pierde Liberación Nacional este partido va a desaparecer o la misma Unidad Social Cristiana? Es tan simple como pensar que ya entre 1998 y el 2006 había perdido en dos ocasiones y se levantó como el Ave Fénix en el 2006. ¿Estamos en una situación como la del Ave Fénix hoy? Creo que no. Eso es alegrón de burro de los antiliberacionistas. El batacazo de Liberación Nacional en el 2014 no se dio en abril de ese año. Se dio en febrero cuando ya había perdido, y frente a la fusión de fuerzas en las segunda vuelta, con un candidato que se retiró de la pelea, era inevitable la paliza. Pero esa paliza, en resultado electoral, no fue por mérito propio del Partido Acción Ciudadana, sino porque no tenía contrincante real que derrotar, y los electores anti Liberación Nacional fueron a celebrar, dándole el voto a Acción Ciudadana, el retiro del candidato de Liberación Nacional, que era como el retiro del mismo Partido del proceso electoral, al que estaba obligado a continuar, lo que era como “darle un chonetazo a una lora”, como dice nuestro pueblo.
Así las cosas la elección del 2018 está apenas definiéndose. Cada elección es en la práctica histórica nuestra una nueva elección aunque en ella participen los mismos partidos viejos, tradicionales, nuevos y de ocasión.
Aún cuando participan los mismos partidos y dirigentes que han sido de esos partidos, hayan o no gobernado, hayan o no sido diputados, para esta elección, y para cada elección, juegan como si fuera la primera vez, por la especificidad de cada proceso electoral. Distinto sería si hubiera elección presidencial y de diputados continua.
Del mismo modo, participan los mismos electores sean viejos, tradicionales, nuevos o de ocasión, de esos mismos partidos políticos o que se desplazan entre ellos. Los nuevos electores literalmente son una parte pequeña del conjunto electoral. ¿De qué o de quiénes hablamos?
En esta maraña, los críticos antisistema, antipolítica, antipartidos políticos, anticandidatos igualmente son viejos, tradicionales, nuevos y de ocasión.
Por ahora, me parece que no hay nada nuevo en el escenario. Tan solo queda la preocupación ciudadana, responsable, de escoger la mejor oferta electoral que se pueda presentar como Partido Político y como posible candidato presidencial a elegir, para enfrentar los graves problemas que afrontamos como nación y como país. Esto es lo que se está definiendo en estas próximas semanas.
Al menos, podemos exigir y clamar, a quienes aspiran a gobernar y legislar, que nos digan qué país vamos a tener, que país podemos soñar, qué esperanza podemos agitar, qué país vamos a construir colectivamente para vivir mejor, para tener más seguridad, social y ciudadana, para asegurar al menos estudio, techo, trabajo y tierra (que no sea solo la del cementerio) y que logremos la mayor felicidad posible, con una sociedad cada vez más igualitaria en términos reales y efectivos, menos excluyente y discriminatoria, más próspera, más justa y más democrática.