Edgar Fonseca M., editor
¿Debe Antonio Alvarez Desanti sumar a su campaña a quien le puede falsear su candidatura?
¿Es indispensable tener ese respaldo, en aras de la traída “unidad partidaria”?
¿Cuál será el precio final a pagar al integrar a quien el candidato ha advertido que no tiene en sus planes?
¿Cuáles las condiciones?
Y, ¿cuál será el efecto en la opinión pública, en este electorado “chúcaro”, volátil, infiel?
¿Gana o pierde más con dicho apoyo en estos tiempos de brutal desafección partidista, donde lo que importa es la persona, su mensaje, la transparencia de su conducta? ¿Dónde la tradicional lealtad partidista-familiar está sepultada?
Carlos Alberto Montaner lo planteaba esclarecedor ayer domingo en La Nación: “En todo caso, la victoria de Emmanuel Macron en las elecciones francesas es otro síntoma de que los partidos políticos convencionales se mueren. Los electores no los quieren. Dan por sentado que los políticos profesionales son “cazadores de rentas” y los partidos una amalgama innoble de personas generalmente incompetentes en busca de fortunas basadas en la corrupción”.
…¿Qué pasaría si, por el contrario, Álvarez Desanti no cede ante la presión en marcha?
¿Cómo apreciaría el electorado una decisión suya de ese calibre?
Álvarez Desanti se juega el reto cumbre de su trayectoria.
¿No se requieren de su parte posturas diáfanas?
Es probable que estas y otras interrogantes revoloteen en lo más alto del cuartel de campaña del PLN.
Sobre todo después del rifirrafe para envenenar la pureza de la primaria, algo con más tufo a chantaje.
Y las respuestas no son fáciles.
Alvarez Desanti debe, ineludiblemente, resolver el “abejeo” interno pero, ¿continuará de rehén del Balcón Verde?
¿No está tras un carácter trascendente, nacional, a su aspiración?
¿No está a tiempo de sacudirse los fantasmas que rondan su crucial pretensión?
Un reconocido observador advierte que Liberación se juega en estas elecciones su carta clave de sobrevivencia.
Quizá es cuando más templanza y visión se demanda de un líder.
Punto final- Una joven estudiante cubana de periodismo busca en nuestro país el eslabón perdido de su libertad. Un tribunal sumario universitario la condenó por oponerse a la dictadura. Y la desterró. “Viví un infierno”, dice ella… No escucho a ningún consejo universitario, a ninguna asociación estudiantil; en fin, a ninguna voz honesta denunciar este infame atropello a los derechos humanos. Censurable moral de doble cara la de todos ellos…