Jorge Corrales Quesada, economista
He observado cómo dirigentes políticos de diversos partidos, algunos economistas y personas en general, hacen diferentes propuestas para resolver el serio problema del déficit gubernamental, pero considero que hay un error conceptual al puntualizar al déficit como el problema, lo cual intentaré explicar de seguido.
En una ocasión Milton Friedman dijo lo siguiente en una conferencia en www.freetochoose.tv, titulada “Is Tax Reform Possible?”:
“El verdadero problema es lo que el gobierno gasta, no lo que toma en forma de impuestos. El problema real no es el déficit. El problema real no es la deuda del gobierno. El problema real es el gasto del gobierno.
Yo prefería más tener un presupuestó gubernamental de $200 mil millones con un déficit de $100 mil millones, que un presupuesto de gastos de $400 mil millones y sin déficit. Ello porque el presupuesto de gastos del gobierno de $400 mil millones simplemente es el doble de lo que se quita de la disposición del ciudadano y que se gasta en su nombre por el gobierno. Ese es el verdadero problema.”
Sus palabras son tan claras y directas que no requieren de mayor explicación; no obstante, vale la pena hurgar un poco más en el señalamiento, pues dicha situación es igualmente la que observo en la actualidad en nuestro país.
Tal vez lo que justifica aquella impresión es que uno, en su casa, si se da cuenta de que se gasta más de lo que se recibe; o sea, que hay un déficit, hará todo lo posible para, por una parte, reducir los gastos y, por la otra, ver como aumentan los ingresos al hogar. Es muy diferente en lo que tiene que ver con el Estado, pues la forma en que, por una parte, obtiene sus ingresos, es quitándoselos, por medio de impuestos, a los ciudadanos y, por la otra, porque cuando el Estado gasta -demanda- logra para sí bienes y servicios que ya no estarán disponibles para la ciudadanía. En ambos casos se afecta a las personas, a usted y a mí, a las familias.
El perverso efecto de los impuestos
Si aumentan los impuestos, se afectan las posibilidades de crecimiento de las empresas y las personas, quienes ahora tendrán menos recursos para satisfacer sus necesidades, incluso su ahorro, lo que reduce la inversión. Al bajar la inversión, la economía crece menos y, entre otras cosas, las empresas disminuyen su demanda de mano de obra, fomentando que el desempleo aumente (así como estimulando que las empresas se vayan a la economía subterránea, a la que acuden, entre otras razones, porque no pagan los altos impuestos que sí deben cubrir en la economía formal).
También es posible que esos impuestos se trasladen de alguna manera a los consumidores, a través de precios más elevados o con un deterioro de la calidad de los productos.
Además, al disminuir la actividad económica, se reduce la base sobre la cual se cobran los impuestos, con lo que lo que recauda el fisco se ve, comparativamente, disminuido.
En resumen, son efectos claramente indeseables si se quiere que una economía crezca (pienso en alrededor de un 6% anual, en vez de un raquítico 3.5% o 3.8%) y que permite que se dé una generación de riqueza de la ciudadanía, incluyendo a los grupos menos favorecidos.
El verdadero problema no lo constituyen, como bien apunta Friedman, esas recaudaciones de impuestos, sino lo que gasta. Dice Friedman:
“Si el gobierno gasta $60 mil millones más que lo que toma en forma de impuestos… ¿quienes creen ustedes que son los que pagan por los $60 mil millones extras?… ¡Usted pagará la cuenta! Debido a que eso tiene que ser pagado, pero, en vez de serlo directamente en forma de impuestos a los ingresos o a las ventas o a las planillas, será pagado indirectamente en la forma de una inflación…”
O acudiendo a endeudarse, agrego yo, para financiar muy posiblemente una serie de gastos inútiles, cuando se tiene un gobierno sin limitaciones para efectuarlo, deuda que podrá seguir colocándola hasta el momento en que los inversionistas dejen de confiar en que la economía crecerá lo suficiente, como para que pueda repagar obligaciones e intereses. El problema es que ese gasto gubernamental, al usar los recursos privados que extrae mediante impuestos, no se dirige ya a actividades productivas generadores de riqueza, con lo cual el progreso es menor y, por tanto, la recaudación impositiva se reduce.
Al tenerse presente que los políticos piensan pagar los préstamos que ha adquirido el Estado para financiar su gasto por medio de impuestos, volvemos al hecho de que esos impuestos retiran recursos privados, que se podían haber dedicado a actividades productivas. Así, lo irrelevante no es cómo se financia el déficit, sino que el problema es el gasto gubernamental, cuyos efectos negativos se sentirán más tarde o más temprano, al afectarse el crecimiento de la economía que trae la inversión y la iniciativa privada disminuida.
El error al enfatizar que el problema es el déficit y no el elevado gasto del gobierno, conduce a propuestas de aumentar los impuestos o aumentar el endeudamiento o, si bien a menudo no se expresa con toda la claridad, a que una parte del Estado, como lo es el Banco Central, emita dinero, provocando la inflación. Esa inflación también se usa como medio para disminuir el monto nominal adeudado en la moneda que se devalúa. Con cualquiera de esas propuestas para reducir el déficit, y dejando de lado el tema del gasto gubernamental, surgen efectos nocivos sobre los fondos que se dedicarían a la inversión en la economía, afectando el crecimiento futuro y con ello disminuyendo las posibilidades de progreso y crecimiento. Por ello, el problema no es el déficit como tal, sino el gasto del gobierno, que sustrae recursos de la economía que no se podrán dedicar a actividades productivas.