Liberal, a mucha honra

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Jorge Corrales Quesada, economista

 He llegado a darme cuenta de que mucha gente, en un intercambio de opiniones, suele argumentar algo como esto: “el problema es que usted lo que dice es simplemente por razones ideológicas” o, más concretamente, escriben esto otro, presuntamente como forma de descalificar mi argumento: “usted, por razones ideológicas o de otro tipo, se empeñan (sic) en ensuciar lo hecho hasta ahora” por el gobierno.

Me interesa reflexionar un poco en torno al supuesto papel negativo que tiene una ideología -la que sea- al formularse críticas o argumentos acerca de una posición sobre alguna cosa. Como es usual, lo primero que hago es tratar de entender qué es una ideología y acudo a un buen diccionario, el de la Real Academia Española de la Lengua. Éste, si bien no tiene la profundidad analítica de un texto técnico especializado en política o filosofía, expone el uso sencillo, frecuente y común, que se hace de un término. En su definición aparecen dos acepciones, una de ellas, referente a una doctrina “que a finales del siglo XVIII y principios de XIX, tuvo por objeto el estudio de las ideas”, significado que no es relevante para mi objetivo, el cual más bien lo satisface la primera acepción que señala el diccionario, y que les transcribo:

“Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.”

Me parece que todo ser humano posee “ese conjunto de ideas fundamentales”, en la mayor diversidad que uno se puede imaginar y que le permite a la persona que contemple los hechos que observa y sobre los cuales medita, tomando ese conjunto de ideas esenciales como referencia. Todos tenemos una ideología, excepto, me imagino, a quien la naturaleza le haya impedido pensar.

Así, creo que es un enorme sinsentido tratar de descalificar a una persona que expresa una posición diferente o contrapuesta, en el curso del intercambio de ideas, porque actúa con base en “razones ideológicas”, cuando en verdad, todo ese intercambio entre las partes está impregnado de ideas básicas del pensamiento de la persona, aplicadas a un caso concreto. Ese conjunto de ideas fundamentales -cualquiera que sea- es propio del ente que razona, que piensa, que intercambia ideas; no le es extraño.

Todos tenemos una ideología -ese conjunto primordial de ideas- si bien, eso sí, sus partes integrantes -ideas dentro del conjunto- pueden ser mejores o peores para entender y explicar un fenómeno. Por tanto, de lo que se trata es de usar ese conjunto de ideas para demostrar lo que uno considera es bueno (o malo) en una argumentación.

La crítica es esencial

La crítica es esencial para el avance del conocimiento. Guardo siempre en buen recaudo algo que escribió el pensador Karl R. Popper:

“…lo nuevo en la actitud científica consiste en que intentamos eliminar activamente nuestros intentos de solución [de un problema]. Sometemos nuestros intentos de solución a la crítica, y dicha crítica trabaja con todos los medios de que dispongamos y que podemos elaborar. …mi tesis fundamental es que lo nuevo que diferencia la ciencia y el método científico de la preciencia y de la actitud precientífica, es la actitud conscientemente crítica ante los intentos de solución [a los problemas]; por lo tanto, la participación activa en la eliminación, los intentos activos de eliminación, los intentos de criticar; es decir, de falsear.” (Karl R. Popper, “La teoría de la ciencia desde un punto de vista teórico- evolutivo y lógico, en La Responsabilidad de Vivir (Barcelona, Ediciones Paidós Ibérica, 1995, págs. 26 y 27)

Ese proceso permite que el conocimiento avance y, lo crucial para este comentario, es que las personas, para formular las críticas, tienen que hacer uso de su conocimiento acumulado, el conjunto de ideas de que dispone, y que constantemente debe estar sujeto a la crítica. Sin ese conjunto de ideas, no puedo organizar mi pensamiento crítico y sin crítica no avanza el conocimiento e incluso no habría razón para cambiar las ideas naturalmente temporales que se tienen.

Quienes, con cierta ligereza, buscan rechazar una tesis al simplemente aseverar que se afirma por razones ideológicas, no atinan al punto exacto crítico, cual es la bondad (o maldad) de un argumento, sino al instrumental que permite razonar ordenadamente. De hecho, Popper escribe lo siguiente:

“Diré simplemente, de modo muy general y vago, que emplearé el término ‘ideología’ para cualquier teoría, credo o visión del mundo no científicos que resulte atractiva y de interés para la gente incluidos los científicos. (Por tanto, puede haber ideologías muy útiles y otras muy destructivas desde un punto de vista, digamos, humanitario o racionalista.” (Karl Popper, El Mito del Marco Común (Barcelona: Ediciones Paidós S.A., 1997, p. 36).

Me imagino que, así quienes simplemente mencionan a la “ideología” de una persona como “destructiva”, debe serlo porque creen, sin hacer explícito que en la otra persona hay un atrincheramiento ideológico, que le impide razonar ante ideas que se formulen: algo así como una especie de acto de fe o de creencia inmutable. Pero, no debería serlo por el hecho de que esa persona tiene su ideología como cualquier otra, como le es propio. El problema no es la “ideología” como tal, sino si ese conjunto de ideas que posee la otra persona es bueno o malo para explicar, valorar, criticar y proponer alternativas acerca de los fenómenos que se comentan.

Quienes defendemos ciertas posiciones intelectuales ante la crítica, lo hacemos no para evitar aprender o que avance el conocimiento. Más bien, quienes alegan que la argumentación planteada es espuria por ser una “ideología”, posiblemente es porque la crítica les incomoda ante sus propias posiciones, negándose a incorporar en su pensamiento algo que convincentemente muestre su error previo.

El liberal que soy

Por lo tanto, al hablar de estar en contra de una proposición por “razones ideológicas” no se deberían referir al conjunto de ideas fundamentales de la otra persona, sino a una visión dogmática, de fe, de falta de imaginación, de intolerancia, de totalitarismo, de una moda intelectual, que se aleja del enfoque crítico. El liberal, por definición, no se caracteriza por este segundo grupo de “ideología total”, sino todo lo contrario: lucha contra la intolerancia y el totalitarismo en el campo de las ideas, contra el dogma muy propio de sistemas históricamente deterministas.

Termino con este concepto de Popper: “Así como hay religiones buenas y malas -religiones que estimulan lo bueno y lo malo en el hombre- así hay también ideas filosóficas buenas y malas, teorías filosóficas verdaderas y falsas. En consecuencia, no debemos reverenciar ni denigrar la religión en tanto tal, ni la filosofía en tanto tal. Más bien, debemos evaluar las ideas religiosas y filosóficas con mentalidad crítica y selectiva. El poder terrorífico de las ideas nos carga a todos con graves responsabilidades. No debemos aceptarlas ni rechazarlas irreflexivamente. Debemos juzgarlas críticamente.” (Karl Popper, El Mito…, Op. cit., p. 186.).

Cuando alguien le acuse de que usted argumenta con razones ideológicas, explique que eso es lo que razonablemente haría toda persona que quiera opinar sobre un asunto, pues de lo que se trata es de mostrar que hay ideas mejores o peores en torno a las cosas que se esgrimen en un acto crítico. Los llamados “argumentum ad hominem” o “argumento contra el hombre” podrá ser muy efectivo, principalmente en una discusión ligera, pero no pasa de ser una falacia: los argumentos se deben descalificar por sí mismos, no por las características de la persona que formula el argumento.