Edgar Fonseca, editor
Sin ideas.
Sin propuestas.
Sin programas.
Sin equipos.
Esta campaña discurre, para algunos, por las turbias aguas del oportunismo en los tiempos inciertos por los que atraviesa el país.
Una campaña envenenada por el nefasto capítulo del “cementazo”, penoso legado de “transparencia” de la primera administración PAC; una campaña abonada por el lastre del desencanto y el descrédito irremediable de la clase política tradicional.
Impera, para algunos, la “ley de la selva”. Del más fuerte. Del matoncillo del pueblo ante el cual hay que arrodillarse.
Una campaña basada en el ataque soez.
En la agresión.
En la amenaza
En la intimidación.
O en el amedrentamiento.
Nunca había descendido tanto el nivel de la discusión política.
Nunca creímos asistir a episodios como los que hoy es testigo el país, cuando algunos, en su sed de poder, no paran mientes en sembrar de odio lo que debería ser nuestra mayor celebración cívica.
Hay quienes ven en estos afanes desvaríos autoritarios.
O un coletazo, a las puertas, del funesto oleaje populista que ha enfermado a la región.
Cargado de demagogia, de mentira, de estancamiento y de retroceso.
Y –nada más y nada menos– de definirse ante semejante amenaza, se trata la sagrada y silenciosa decisión que tienen los electores en sus manos el próximo cuatro de febrero.
¡Dios salve a esta bendita nación!
Mentir con descaro, ofender sin reserva, insultar por placer, rebajar el lenguaje es lumpenizar la política y, por su medio, la democracia. El barranco al que nos empujaron algunos huele mal. Los costarricenes debemos ser sumamente rigurosos en la escogencia; tener claro que estaremos eligiendo un gobernante para que lidere la solución de los problemas, no un bochinchero para que los cree o los magnifique. Gracias Edgar por tu fuerte llamado de atención.