Votaré por quien creo nos hará menos daño…

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Jorge Corrales Quesada, economista *

No deseo aparecer como un alarmista, pero creo que las próximas elecciones presidenciales tendrán un fuerte impacto sobre el futuro de las personas que vivimos en el país. Hasta el momento no he expresado por quién votaré en los comicios, aunque la verdad es que tal vez mi decisión es importante sólo para mi persona y, si acaso, para mis allegados, pero lo más posible es que, al ser el mío un sólo voto, no definirá matemáticamente nada (un empate entre contendientes es una posibilidad sumamente pequeña), por lo cual no tendrá efecto alguno en los resultados electorales.

No hay que dejar el campo abierto

Lo primero que debo reafirmar es mi profundo respeto por cada uno de ustedes en torno a si van a votar o no. Ese es un asunto totalmente personal y ¿quién soy yo para juzgar su decisión? Les daré, eso sí, un par de razones para salir a votar, a pesar de la poca incidencia que tiene el voto de cada individuo como tal. Es posible que la gran cantidad de indecisos en estos momentos sea un reflejo justificado de ciertos hechos políticos a los que luego me referiré, pero, si uno decide no salir a votar, simplemente le está dejando abierto el campo para que otro, que sí va a votar, sea el que defina quién ha de ser el gobernante de todos nosotros. Esto es, si yo no voto, otro votará por mí: elegirá a quien me ha de gobernar (políticamente hablando), aunque yo no haya hecho nada para eso al no votar Los grandes beneficiados terminan siendo las argollas o cliques bien afirmadas, en donde votan por quien sea, siempre que esa persona salga de esa misma clique o argolla. Ustedes saben bien de qué estoy hablando.

La segunda razón es un poco más histórico-filosófica. Basta pensar cuántos siglos han tenido que pasar para que uno pueda elegir libremente al gobernante; es más, ese derecho no ha sido conquistado incruentamente, sino que muchas vidas se han tenido que perder y mucha sangre ser derramada, tan sólo para tener la posibilidad de definir quién ha de encabezar un gobierno. La relevancia de este punto es aún mayor, al ver uno a personas en distintos lugares del mundo en donde no tienen posibilidades de votar e incluso, a veces, más bien el individuo se ve obligado, por exclusión de competencia, a votar sólo por una lista impuesta por los gobernantes ya establecidos o bien en donde es la única posibilidad de que aumente la provisión de alimentos en la casa, es si vota por cierto político ya incrustado en el poder: el votante no es más que una pieza en la maquinaria política totalitaria.

Mi obligación moral es votar

Por ello, pienso que es mi obligación moral votar en las próximas elecciones. Al menos eso pienso yo. Pero, ¿qué tal no tanto si votar o no, sino por quién se va a votar? Esta decisión es tal vez más difícil que la primera que expuse, y trataré de enfocarla en torno a por quién votaría yo, independientemente de lo que alguno de ustedes decida pues es su derecho a escoger: siempre he defendido la libertad de escoger ¿por qué no habría de serlo en el caso de escoger entre potenciales gobernantes?

Creo que la desilusión que hay para que uno escoja entre quienes aspiran a ser gobernantes, es un hecho sentido por una mayoría significativa de la población de electores. Por ejemplo, si bien creo que la corrupción es endémica al ser humano como tal, que no es cosa nueva en el mundo, sí considero que está usualmente asociada con el poder político, pues éste determina el uso de recursos que puede favorecer a una persona específica, o un acto de ella, que no es extensivo a todas las demás por igual. Se dice que la política es corrupta por una razón muy sencilla: el político tiene poder; esto es, capacidad de coaccionar a otros para obligarlos a asumir costos o comportarse de la forma que un gobernante considera como apropiada, aunque posiblemente no la aplica para sí mismo. Muchas veces al político hasta dinero le entregan en su campaña, para granjearse algún favor definido por el poder del gobernante.

Ahora se conoce más de la corrupción

Si bien podría estar equivocado, tengo la impresión de que, en las circunstancias actuales de nuestro país, la corrupción es mucho más notoria, posiblemente debido a la fuerza, alcance y energía de las redes sociales, que no son más que una ventana a la expresión de la opinión de los ciudadanos, que previamente era más restringida por el sistema. O sea, no es tanto que haya más corrupción, sino que se conoce más de ella.

Naturalmente, la corrupción emerge en donde mora el poder. Es decir, se corteja al gobernante para que ejerza su poder -no muy limitado en nuestra sociedad- para que haga todo tipo de favores. Puede incluso ser que, para tal favorecimiento, se le quiten recursos a personas quienes, alternativamente, los destinarían a llenar sus necesidades o aspiraciones de mejor forma, pues quién mejor que él o ella conoce cuáles son y sus prioridades para satisfacerlas, a la vez que, de una u otra forma, con la intermediación del político se usa ese dinero del contribuyente para gastarlo en lo que el político considera como lo deseable. En mucho, así el político paga por los favores que otros individuos en su momento le hicieron para que llegar al poder. Y, por supuesto, no hay nada que también impida -pues puede usar las leyes para su beneficio propio- que ilícitamente se enriquezca.

La proliferación reciente de actos de tal naturaleza en nuestro país, a niveles que inquietan al ciudadano común y corriente, pueden incitar a la persona a mejor no votar por el “ladrón de turno.” Pero, eso sería un error, pues garantiza que lo que se logre es que ese maximizador de su poder personal sea electo por un grupo de adherentes, posiblemente interesados en lograr una transacción de votos por dinero o favores personales. Dicho espacio de decisión electoral no debe quedar exclusivamente en manos de los compradores y vendedores de votos organizados, como resultado de un intercambio entre las dos partes.

¿A quién le voy a dar mi voto?

Pero, debo aterrizar y tratar de responder la pregunta que muchos amigos (y tal vez otros no tan amigos) me han hecho: ¿a quién le voy a dar mi voto presidencial en las próximas elecciones?

Lo que caracteriza al gobierno es el ejercicio del poder presidido por alguien, poder que el gobernante busca hacer máximo. Parecido a como una empresa trata de maximizar las ganancias, en el mundo político el gobernante trata de maximizar el poder. Quiere imponer lo que en última instancia son sus preferencias propias por encima de la multitud de preferencias diferentes de los connacionales. Desea tener instalaciones, personal a su cargo y privilegios amplios, establecidos administrativamente para gozo del gobernante de turno. Y si hay reelección, pues deseará ser confirmado en el cargo o, si es el caso, que su partido siga en el poder, pues esperara continuar teniendo influencia y beneficio.

No obstante, nada de aquello es gratuito: los fondos para que el gobernante lleve a cabo sus objetivos tienen que provenir de los contribuyentes y, si no hay mucha limitación a la posibilidad del ejercicio del poder, ese gobernante pondrá mayores impuestos o un incremento en el endeudamiento público o inflación, para poder ejercer su gasto mayor.

Por tanto, dadas las limitaciones relativamente pocas al ejercicio del gobernante -por ejemplo, ya hasta se quiere endeudar en el exterior sin tener el freno y contrapeso de la aprobación legislativa- y a que su ámbito de acción es cada vez mayor, mi voto será, entre aquellos candidatos a la presidencia con posibilidades de acceder al cargo -que tenga posibilidades serias- para aquel que uno esperaría que causara el menor daño posible.

Y no es que ese daño tiene que ver únicamente con la aprobación de esos nuevos y mayores impuestos. No, además de eso, se trata de acciones que restringen la libertad que nos es propia como individuos. Alguien, quien no respete la división de poderes, que no tenga el más mínimo aprecio por la limitación al accionar del gobierno ni la restricción esperada que esos poderes públicos se imponen entre sí y que también sólo ambiciona controlar a todos y cada uno de esos poderes públicos, al no tener freno, no duden que infringirá en el ejercicio de las libertades políticas, civiles y económicas que hoy en cierto grado tenemos.

“Soy choricerita”…

Actualmente, el tema de la corrupción es crucial en estas elecciones (aunque me llega a la memoria una manifestación política de hace varias décadas en donde un padre “orgulloso” llevaba sobre sus hombros a su pequeña hija con un rótulo colgando del cuello de ella, en el cual se leía “soy choricerita), pues, como señalé al inicio de este comentario, la gente siente que la corruptela está desenfrenada y es omnipresente, que no hay la suficiente rendición de cuentas y que más bien reina la impunidad ante actos de ciertos caracteres políticos de alto nivel y que usualmente presumen tener una moral superior a la del resto de las personas. Todo esto conduce a que las personas consideren como “injusto” a lo que sucede.

Ojo con un Júpiter tonante…

El grave error político está en creer que una persona, un político determinado, puede surgir de la nada, tal vez sólo con movimientos y gestos dramáticos propios de un Júpiter tonante, para que sea el salvador de los valores nacionales. No es que necesariamente ese carácter sea un hipócrita, pero nada se debe descartar a priori. El problema es que el advenedizo clama por más poder para imponer, no el ejercicio de la ley, la cual respeta los derechos básicos de las personas, sino la eliminación del problema por el medio que sea. No se trata de que botemos el agua de la tina en que se bañó el bebé, con todo y el bebé. Se trata de aplicar la ley, de tener jueces probos, no necesariamente políticos, que castiguen el crimen por la substracción, desvío o mal uso que se hace con los dineros, que los contribuyentes se ven obligados a aportar para mantener al gobierno.

En esa cruzada anti-corrupción, ese carácter violará los más importantes derechos humanos que cada uno de nosotros posee. Lo hará con el presuntamente loable objetivo de acabar con la corrupción, pero posiblemente en mucho lo es para acabar con el oponente. No hay duda que todo esto causará gran daño.

Tampoco me gusta

Tampoco me gusta quien, de entrada, pretende seguir lucrando con la función pública, tal como lo ha hecho por mucho tiempo, sin tener que pasar por filtros elementales de transparencia en las contrataciones personales o familiares. Han estado tanto tiempo en las mieles del poder, que no desean soltarlo de manera alguna, pues siempre aparecen enquistados en alguna de las ramas distintas de los poderes del estado. Esa ligazón ha sido pródiga en beneficios personales.

No me agrada dicho temperamento, porque quien lo tiene buscará siempre ver cómo logra acrecentar una fortuna, no obtenida necesariamente sirviendo a los demás seres humanos mediante transacciones libres y espontáneas, sino, tal vez, acudiendo a lo que por tanto tiempo ha hecho, como es lo usual en el política: la toma y daca de “te doy esto o el otro, a cambio de dineros para mis campañas, por las cuales yo conservo el poder.”

Que quede muy claro que no hay ser humano perfecto; es más, todos somos falibles y constantemente nos equivocamos. Por ello, cuando se le otorga poder a un ser humano, como lo es para llegar a gobernar una nación, se debe buscar que ese poder sea sumamente circunscrito, restringido, limitado, pues, si lo amplía, como es lo usualmente esperado que el político pretenda hacerlo, será a costa nuestra, de nuestro ámbito personal de libertad.

No hay candidato perfecto

No hay candidato perfecto. Piense, honestamente, si uno mismo lo es, y, con poco tiempo que dedique a ello, se dará cuenta de la fragilidad innata de uno mismo y de la tentación del poder. Por ello, no se trata de que el candidato sea el que más ofrece en un programa político, pues eso es parte de esa venta barata con la cual se disfraza la realidad a la hora de las cosas. Por el contrario, piense en el temple de su carácter, su reserva, su moderación, su disposición a escuchar las opiniones de otros, aun cuando no gustan o no son de su agrado. No es que el candidato a presidente deba ser un monigote, mudo, sordo y ciego, sino que pueda hacer tan sólo aquello que la ley le permite hacer y no más allá.

Así que, ya saben por quién voy a votar para presidente. No hay necesidad de que les dé el nombre de la persona. De hecho, cada cual decidirá según su conciencia y sus valores personales, quién es el que conviene, aquél que causará el menor daño a usted, a su familia y a la ciudadanía. Recuerden, eso sí, quienes piensan que de los cielos vendrá el salvador de la humanidad política, que muchos se han visto frustrados en tal anhelo. Los dictadores usualmente no se muestran como tales, sino como reivindicadores de principios morales que todos, supuestamente, abrazamos. Pero la sorpresa ante una decisión equivocada se verá luego. Tengan presente la frase del bardo inglés, “Ten cuidado con lo que deseas, se puede convertir en realidad”.