Edgar Fonseca, editor
La batalla electoral del próximo domingo será decisiva para el futuro del país.
Será una “batalla campal” por cada voto. Puerta a puerta. Casa a casa. Cuerpo a cuerpo.
Debería ser una batalla que redunde en beneficio del país y de esta siempre inquieta democracia tica.
Nunca antes habíamos sido testigos de una disputa electoral tan reñida como la que se avecina.
Un pastor el gran decisor
Si se confirman los pronósticos, si no se desinfla al momento de la verdad, un pastor y diputado, será el gran decisor en esta primera vuelta.
Pasarían a la segunda ronda él, –encumbrado por su repudio público a las uniones gay–, y uno de los “pesos pesados”.
Y nadie más.
Si se confirman los augurios, uno de los otros dos en la lid sería Álvarez Desanti, que se juega la vida con el PLN, o el gobiernista Alvarado que repuntó en las últimas semanas.
Las huestes oficialistas se hacen de la “vista gorda” ética, por unas horas, y le apuestan todo a un segundo mandato consecutivo. ¡Cosas veredes!
Adiós a los agoreros
Si las encuestas no mienten, si son un retrato claro del parecer de la opinión pública, los votantes le estarían dando un ¡saludable portazo!, a las ofertas tremendistas, a los agoreros, que brotaron como abejones de mayo a lo largo de esta atípica campaña.
Y si esos sondeos no fallan, los electores le estarían pasando, a las extremas, la mayor factura de su historia.
Un entierro de lujo para algunos de ellos tras décadas de mantenerse pegados a la ubre pública.
Vamos hacia los comicios de más incierto resultado en mucho tiempo.
De lo único que están seguros los entendidos es que es improbable que se definan en primera vuelta. Nos esperan dos meses más de lucha frontal hasta conocer al nuevo mandatario.
Dicen los expertos que el domingo tienen la palabra aquellos escurridizos indecisos.
Quien conquiste a la mayor parte de este esquivo votante tiene asegurado su pase a la siguiente ronda, y, muy probablemente, ganado su favor para el capítulo final.
No soy de los indecisos
Tengo clarísimo por quién votaré. Y por quien nunca votaría.
He cuidado mi cédula estos días como un tesoro.
Me levantaré muy temprano este domingo.
Seré de los primeros en llegar al centro de votación que me corresponde.
No me importará la fila que tenga que hacer.
Y una vez ante las urnas ejerceré ese sagrado derecho que esta bendita democracia nos ha prodigado a lo largo de su historia. No las farsas que vemos en La Habana, Managua, Caracas o La Paz.
Votaré por la estabilidad, por el crecimiento y por la máxima competitividad y apertura del país.
Y, en el silencio de la urna, le haré una cruz -bien grande- a los populistas y a los demagogos.