Edgar Fonseca, editor
El gobierno anuncia con bombos y platillos que todo proyecto de desarrollo en zonas indígenas deberá pasar por la “consulta sobre consulta” a sus vecinos.
Por ese camino, la megarepresa El Diquís, en el sur del país, será construida, cuando el hombre, o la mujer, lleguen a Marte…
El decreto, festinado como “histórico” por la administración, contempla al menos ocho pasos para que cualquier obra que el Estado deba realizar en territorios indígenas alcance el OK de los descendientes de nuestros ancestros.
Hay que pedirles permiso, tiene que haber admisibilidad de la consulta, tienen que haber acuerdos preparatorios, los afectados lo deben evaluar, debe haber diálogo, negociación y acuerdo… ¿No les suena todo esto a ese lenguaje sindicalero de las convenciones que entrampan todo a su favor?
Se salda una deuda histórica “de cientos años de exclusión, racismo y violencia…”, proclama eufórica la Presidencia, como si estuviésemos en La Paz.
No habría razón para oponerse a las tales consultas comunales, si se tramitaran y resolvieran con prontitud y agilidad.
Pero, vista la experiencia única del megatraso –ya 20 años– con la mayor represa hidroeléctrica de la que depende, en buena medida, el futuro energético del país, parece que se queda a las puertas de institucionalizar el torpedeo, el boicot, como ha sido la costumbre reciente.
Moín pasó por un pelo…
Porque estaba consolidado jurídicamente el contrato de la nueva terminal portuaria de Moín, este gobierno no pudo echar para atrás y dar el brazo a torcer ante el chantaje de los ambientalistas y extremistas que, hasta hoy, reniegan de esa superobra que presagia, sin duda, la mayor ola de progreso y desarrollo de tiempos recientes en la paupérrima vertiente Atlántica.
Pero, gracias a un recurso de un ambientalista, ya van tres años sin avanzar un milímetro las obras que con urgencia se necesitan en el nuevo paso fronterizo de Tablillas, zona norte, mientras el corrupto régimen vecino dispone de la más moderna infraestructura aduanal del istmo.
Además, recursos de tal calado duermen el sueño de los justos en la Sala IV.
Y por ahí nos llevan.
No habrá represa del Diquís en el tanto persista la complacencia, el acomodamiento, el sometimiento institucional a las tales consultas populares como le encantan a Evo.
De milagro pasó la megaterminal de Moín que se convierte en la más grande obra de infraestructura portuaria regional bajo el modelo de concesión, a la que esta administración tuvo que ceder porque ya no le quedaba ningún otro recurso para oponerse.
Y dejan al país a la intemperie en servicios institucionales limítrofes.
Peñas Blancas y Paso Canoas son indignos puntos de entrada y de salida por sus decrépitas instalaciones, por su hacinamiento, por sus presas.
Nada de eso se podrá transformar o renovar con perentoriedad, conforme el decurso de una administración que encontró en los permisos populares su cheque endosado para dejar de actuar.