Constantino Urcuyo/Confidencial.com
Ante la erupción libertaria nicaragüense, volvió a mí la respuesta de mi padre al preguntarle de niño las razones de su autoexilio en Costa Rica,”si me quedaba en Nicaragua tenía que escoger entre callarme o hablar contra la dictadura, cerrar mi boca no estaba en mi naturaleza y abrirla me habría llevado a la muerte o a la cárcel. Escogí venir aquí, donde sí podía hablar sin riesgo de morir o de que me echaran preso“.
Esa fue mi primera lección de democracia y libertad, germinó además un profundo rechazo a tiranos y dictaduras. Entonces, cobré conciencia de lo especial de nacer en este país, vivir aquí me pareció seguro frente a las crónicas de crueldad y tortura que venían del norte, relatadas por mi padre y vivenciadas por parientes cercanos.
La historia de Nicaragua se mezcla irremediablemente con la de mi familia. La oposición de mi abuelo a convertirse en presidente títere como lo pretendiera el primer Somoza, la cárcel y la tortura sufridas por mi tío a manos del segundo sátrapa, el desayuno inesperado en casa con don Pedro Joaquín Chamorro y doña Violeta tras su huida de la cárcel en San Carlos… relatos de horror y sufrimiento poblaron mi mente infantil, pero a su lado aprendí a no rendirse ante el mal, a que el mundo puede mejorarse y que la libertad siempre es posible.
Hoy repito en mi pensamiento y sensibilidad muchas de estas historias. La dictadura no abandona al país hermano, después de un breve periodo de libertad, los viejos horrores se vuelven a apoderar de la vida política nicaragüense. Somocismo, arnoldismo, marxismo leninismo, esoterismo se anudan en un mismo flagelo, imponiendo con golpes nuevos la misma tiranía, oculta bajo justificaciones cristianas, socialistas y solidarias. Tras los árboles de la vida y los talismanes con forma de anillos y flores, persiste cual tumor maligno la obsesión por el mando único y la supuesta unanimidad disfrazada de unidad.
Ver: Entre la Costa Rica libérrima y la estirpe sangrienta, Constantino Urcuyo, Confidencial.com