Edgar Fonseca, editor
La manipulación ideológica la han vivido, por siempre, generación tras generación de niños y jóvenes cubanos que son obligados cada mañana a jurar fidelidad al comunismo y al Che y que hoy no saben a qué jurar cuando, en medio de sus desvaríos, el régimen borró, de un plumazo de la Constitución, el objetivo supremo del comunismo.
“Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”, les obligan a recitar a todos ellos como loritos.
Esa manipulación la viven a diario los escolares y colegiales venezolanos, forzados a jurar lealtad a Maduro y a sus secuaces, en medio del desastre económico que obligó a un profesor universitario a implorar por unos zapatos nuevos en las redes.
“Comprar zapatos es imposible”, confesó el profesor José Ibarra de la Universidad Central de Venezuela, licenciado en Trabajo Social, doctorado en Salud Pública, hastiado de un régimen, donde gana 5,9 millones de bolívares, que ni siquiera le alcanzan para reparar las suelas de sus roídos zapatos.
Y esa manipulación se vive a sangre y fuego en la casa del vecino donde los escuadrones de la muerte siembran el terror en las calles y barrios para sostener a un régimen al filo del precipicio.
Los programas escolares nicaragüenses están empapados de tufo danielista, y empapados, a estas horas, de sangre mártir.
Pero, hete aquí que, sin saber por cuántos años ya, una manipulación soterrada permeaba los contenidos de los exámenes de bachillerato locales.
Una carga parchada de contenidos panfletarios, muy propios de las huestes extremistas que, desde el alero del hoy partido gobiernista, hallaron terreno fértil para sus propósitos.
Contenidos avalados en silencio por los jerarcas de turno que deben ser llamados a cuentas.
Entonces las nuevas generaciones han estado siendo evangelizadas, adoctrinadas, contra el modelo neoliberal, contra los tratados de libre comercio, contra la apertura, contra la globalización, en fin, contra todo aquello que le ha permitido al país insertarse, en las últimas tres décadas, en una desafiante economía mundial.
Un discurso muy propio del mensaje calenturiento sobre el que cabalgó el partido oficialista hasta alcanzar el poder.
Consciente del desatino, en tiempos en que necesita paz con sus opositores, el gobernante no tardó desde Nicoya en deslegitimar todo ese espurio material y ordenar su retiro inmediato.
“Yo, particularmente, no favorezco ningún tipo de adoctrinamiento”, confesó el presidente durante los actos de celebración en Nicoya.
“Lo que esté incorrecto debe ser corregido. Eso es lo que corresponde… todo lo que esté mal debe ser corregido”, enfatizó.
Horas antes, su ministro de Educación avalaba, tercamente, semejantes contenidos.
Los justificaba en la desigualdad que –según él– ha crecido en el país a causa del modelo de desarrollo seguido.
Un mensaje de corte panfletario este suyo que no se sostiene si escuchamos al presidente, inauguración tras inauguración, alabar las bondades de la apertura, clamar por multiplicar la atracción de sofisticada inversión externa, y defender los miles de empleos que el modelo propicia para las nuevas generaciones.
Bien hace el mandatario en ordenar el retiro de esos materiales sesgados, manipulados, contaminados.
Mejor haría en ordenar una profunda investigación sobre los responsables de que a nuestros estudiantes se les imponga tales contenidos en uno de los mayores despropósitos de formación hasta ahora destapados.