Edgar Fonseca, editor
Trago amargo para el presidente Alvarado apenas en el despunte de su gestión.
Sin siquiera haber completado su primer cuatrimestre, la primera encuesta de opinión pública lo pone contra las cuerdas.
Ese volátil electorado, que se decidió apresuradamente por él en la segunda ronda de abril, ante una amenaza fundamentalista de toma del poder, se ve que es un electorado resbaladizo, de fidelidad zigzageante, clavada con alfileres.
La más reciente encuesta del Centro de Investigación y Estudios Políticos, CIEP, de la UCR revela un magro respaldo de tan solo un 35% a su gestión, un 36% la censura como mala o muy mala y un 29% la ve regular. Y esto apenas empieza.
Mientras los entendidos aclaran los nublados de las razones de tan severo enjuiciamiento –el peor entre sus últimos cuatro predecesores–, podría anotarse que la coyuntura de apostarle desde un inicio con firmeza a una urgente y controversial reforma fiscal, le está cobrando un muy alto precio tras el respaldo nacional variopinto que obtuvo ante el riesgo del fanatismo religioso y las ocurrencias.
Alvarado arrastró no solo a sus correligionarios sino que sumó un apoyo multisectorial que se levantó contra predicamentos abusivos de irrespeto a los derechos humanos.
Su campaña apeló a la gran clase media, urbana, profesional, joven.
Y amarró un sólido voto, 60%, para llegar a Zapote.
¿Pero qué le cobra tan pronto ese electorado al presidente, amén de su empeño en el plan fiscal abrumado por los pluses gremialistas?
¿Le cobra su pacto con Piza?
¿Le cobra su llamado a notables figuras socialcristianas, como parte de dicho pacto?
¿Le cobra la colocación en áreas clave de prominentes piezas del sector empresarial, fervientes impulsoras de la apertura y de la globalización, alejadas del ciego dogmatismo estatista partidista?
¿Le cobra que algunas de ellas, fieles a sus convicciones, adviertan la necesidad de poner freno a la piñata de las convenciones y demás gollerías sindicales?
¿O le cobra la ausencia de hoja de ruta estratégica, como algunos reclaman?
¿O la carencia de una genuina estrategia de comunicación, que vaya más allá de los tuits y de los selfies?
Eso y más le puede estar pasando muy temprano la factura al mandatario, mientras se apresta a jugar un capítulo decisivo de su gestión con la definición legislativa fiscal.
Quizá aquí, a diferencia de su predecesor, el pecado de Alvarado ha sido ser consciente de la urgencia de una reforma atascada por décadas.
Ser consciente de la grave responsabilidad política que la administración previa, sometida a los designios gremialistas, esquivó.
Ese pareciera el costo que paga en estas horas bajo la amenaza y el chantaje de dirigentes sectoriales, y bajo el turbulento paso de una reforma impulsada como crucial para la estabilidad del país.
Punto final-Tome nota, además, que para ese electorado, primero está la inseguridad, segundo el desempleo, y, tercero, el lío fiscal. ¿Cómo “bailará el presidente ese trompo en una uña”?