Edgar Fonseca, editor
En un momento crucial para el país, los magistrados de la Corte Suprema de Justicia se enconchan en sus privilegios.
Lamentable decisión y señal.
Por poco y se lanzan a las calles, como aupaba uno de ellos, hasta hace poco, y quien ahora disfruta de una suculenta y multimillonaria pensión.
Decisión contracorriente.
Decision contra la historia esta de los magistrados del martes 16 de octubre.
Lectura míope y mezquina la que hacen de la urgencia fiscal por la que atraviesa el país.
No nos toquen nuestras pensiones, no nos toquen nuestros salarios, ni nos toquen los pluses, ni las jugosas anualidades, que nada tiene que ver, todo ello, con la sacrosanta independencia, y no nos oponemos a la apremiante reforma fiscal…
Decisión esta parchada de un nocivo gremialismo.
Poco sensata.
Que parece haber perdido de vista los intereses nacionales para anteponer, a cualquier costo, los sectoriales.
Ninguna sorpresa si, hace poco más de un año, la institución se vio envuelta en uno de los movimientos laborales más repudiados en defensa de su cuestionado régimen de pensiones.
Ante la repulsa pública, se vieron forzados a deponer aquella arbitraria acción.
Y se vieron forzados a aceptar decisiones legislativas que intentan ordenar y sanear las finanzas públicas.
Pero aquella lección de intemperancia, por lo visto, no fue asimilada, ni apreciada, ni aquilatada, desde la magistratura, en cuanto a la censura, al descrédito y al profundo desprestigio que le arrastró en la opinión pública.
Con la decisión del martes, los magistrados caen en una trampa.
Se alinean con los gremios.
Se convierten en sus rehenes.
Se enconchan en sus privilegios.
Pero pierden de vista el bien y el interés común que, en una hora crucial como esta, deben prevalecer.
Este país ha demostrado en las últimas semanas una indoblegable voluntad democrática, cívica, de respeto a las instituciones, digna de las decisiones más lúcidas y visionarias de sus dirigentes.
Esta sociedad resistió y derrotó una embestida desestabilizadora, sin precedentes, concebida en las mentes calenturientas de unos cuantos dirigentes sindicales atados a sus prebendas.
El país se negó a caer en la trampa.
Lastimosamente los magistrados hacen una lectura incorrecta de los acontecimientos. O la hacen, muy acomodada a sus intereses.
¡Qué penoso ejemplo!
Punto final- No fue unánime el acuerdo de los magistrados. Pareciera haber luz al final del túnel en medio del exacerbado gremialismo que hoy tiñe la más alta función jurisdiccional.