* Un año más tarde se derrumbaba el “imperio” soviético y sus satélites, mientras Fidel renegó de cualquier apertura
Edgar Fonseca, editor/Foto AFP Google
Fue una fría y ventosa mañana del domingo 25 de enero de 1998 en la Plaza de la Revolución cuando el mítico pontífice, artífice junto a Reagan de la caída del Muro de Berlín en 1989, desafío a Castro y demás líderes del politburó antillano a abrirse al mundo…
Fue una jornada inolvidable para este reportero, ubicado a unos trescientos metros de la tarima principal, cuando –clavada mi mirada sobre aquella ya frágil figura del papa Juan Pablo II–, seguía cada instante de sus movimientos, de sus gestos, de sus palabras y de su tenaz mensaje contra el totalitarismo, el autoritarismo y el ateísmo entronizados en aquella isla.
“El espíritu del Señor me envió a liberar a los oprimidos, a los cautivos…”, citaba el papa del evangelio de Lucas que este domingo, ¡oh coincidencia!, también propaga desde Panamá el papa Francisco en la cumbre de una histórica Jornada Mundial de la Juventud.
“A liberar a los oprimidos”, tronaba Juan Pablo II ante la multitud y ante unos desgastados jerarcas de la nomemklatura castrista, al parecer sordos, que le miraban de soslayo.
“¡Libertad, libertad…!”, coreaba la multitud, por primera vez, frente al dictador.
La dictadura enrarece el aire
Aquel viaje, sin embargo, se consideró un antes y un después en las relaciones de la dictadura con el Vaticano.
Fue una vibrante semana de experiencias y emociones a lo largo de La Habana, San Clara, Santiago y demás ciudades visitadas por su Santidad.
Jamás olvidaré aquel ambiente represivo de dictadura que te respira en la nuca en especial en la de los reporteros, al comunicarse, al preguntar, al dialogar con ciudadanos en las calles, al escribir y tratar de enviar sus informes.
Aquel régimen nos facilitó un viejo y destartalado avión ruso, Antonov, en el que fuimos hasta Santiago una veintena de reporteros extranjeros.
Viajamos también a Santa Clara y recorrimos de regreso a La Habana por una larga pista, vacía, construida, me contaban, con fines militares.
En todos aquellos escenarios vivimos jornadas impresionantes de expresión de fervor y de fe de un pueblo reprimido, por tres décadas para entonces, que, ante la llegada del papa, sentía un respiro, un alivio momentáneo…
Porque, a pesar de aquellas multitudes convocadas a las misas con Juan Pablo II, sus iglesias seguían vacías, clausuradas; perseguidos y arrinconados los religiosos sospechosos; la brutal ley de un entorno totalitario que, en aquella gira imborrable, y en otras escalas, siempre penetró mis sentidos como una gran isla, convertida en una gran cárcel.
A esa gran “prisión”, como lo hizo en su amada Polonia, también bajo el yugo totalitario, del cual finalmente se liberó, llegó Juan Pablo II con su infinito rugido de libertad aquel enero del ´98.
¡Con un clamor como el que hoy conmueve a Venezuela y Nicaragua por democracia y libertad!
Apuntes finales-
- A La Habana llegué, aquel 18 enero del ´98, tras un viaje de 12 horas desde San José, con escalas en San Salvador y Yucatán. Todo un récord Guinnes de inoperancia aérea.
- La visa de ingreso me la gestionó un exministro tico, cercano al régimen, en el consulado cubano en Ciudad Panamá.
- Un colega salvadoreño, que se atrevió a llegar sin visa, fue retenido desnudo en una mazmorra migratoria del aeropuerto Martí y, por supuesto, devuelto. Eran tiempos de ojeriza contra salvadoreños por actos de terrorismo de los “gusanos” que sacudieron a la capital antillana.
- Nunca vi más temor al hablar que en aquella monja tica a la que me encontré en Santiago durante la misa del papa y le pregunté cómo se sentía en dicho país. Sus murmullos me fueron suficientes para entender…
- Un arquitecto dedicado a taxista pirata, por necesidad, nos guió por Cuba y sus recónditos parajes. Me despedí de él con un nudo en la garganta, sabido que su libertad llegaba hasta el aeropuerto…
Ver: Rugido de libertad, Edgar Fonseca, enviado especial, diario La Nación, 26 de enero de 1998
Ver también: Cuba Tierra de zombis, Edgar Fonseca, Revista Dominical, 15 de febrero 1998, La Nación