Edgar Fonseca, editor
El anuncio del gobierno de avanzar un plan para regular la presencia de la plataforma global de servicio de transporte Uber en el país, nos parece en la dirección correcta de estos tiempos que corren.
Resistirse a la presencia y operación de este otro signo de la globalización que nos ha correspondido ser testigos y protagonistas privilegiados, resulta, cuando menos, poco realista.
Se vuelven ecos y añoranzas de tiempos idos.
Le corresponde al gobierno, también, poner de acuerdo a todas las partes interesadas ante una propuesta que, de arranque, ha generado reacciones adversas, desde la misma firma afectada, y por quienes consideran se trata de un portazo a la libre competencia empresarial.
Claro que debe sometérsele a controles legales, laborales, impositivos, como lo hacemos todos los “ciudadanos de a pie”; claro que sus colaboradores deben pasar por estrictos escrutinios de seguridad, pero pensar en impedir o torpedear su presencia, como algunos sospechan de la propuesta oficial, nos parece un sinsentido, cuando el servicio llegó, penetró, gustó y se propagó.
Pero no debe operar por la libre como un islote al margen del control institucional.
Una mañana de estas acompañé a un familiar hasta la terminal central de Musoc al costado este de la vieja Maternidad Carit.
No había tardado un segundo en descender mi acompañante cuando, a escasos tres metros, otra persona desde la acera me hizo señas.
Su mensaje clarísimo: ¿”Uber”?, muy cerca de una larga fila de taxis rojos.
Con señas, también, le respondí que no y me retiré, raudo de aquel sitio, no fuese que me hubiese acontecido la pesadilla del colega que terminó con sus placas embodegadas en Cosevi.
La anécdota viene a cuento porque no queda ya rincón de este bendito país en que los servicios de esa plataforma no sean requeridos en clarísima competencia con los taxis rojos, con los piratas y con los no tan piratas que andan por esas calles de Dios.
Muchos taxistas denuncian que terminarán arruinados.
Mucho dependerá de su capacidad de reacción a la vertiginosa competencia, a la que deben adaptarse, como sucede en tantos otros ámbitos de la actividad productiva del país.
Las tradicionales cooperativas tienen en este fenómeno de las plataformas de servicios, el gran reto de acomodo, de transformación y de supervivencia.
Correos, por ejemplo, nos dicen, anda corre que te corre para no desaparecer ante el tsunami de servicios postales virtuales.
Parece bien, parece sano, parece parece sensato y realista de su parte.
Igual deberían reaccionar otros adormecidos servicios públicos, antes que se los lleve esta corriente.