Con el Papa, ¡cero tolerancia al abuso infantil!

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  • El caso de los curas, el abuso infantil, el OIJ y lo que están haciendo el Papa y la Iglesia

Ivonne Jiménez, periodista

En los casos de abuso sexual infantil, estoy con las víctimas. Absolutamente. No hay otra posición ni humana, ni creyente, ni decente posible.

Es claro que las acciones de pederastia atribuidas a sacerdotes son asquerosas, una alta traición en el ámbito religioso a la tarea que les fue sacramentalmente encomendada, y una acción completamente repudiable desde la óptica social.  Deben ser sancionadas con la mayor rigurosidad y no solo por las leyes canónicas, sino por la justicia penal.

Aquí es donde ha fallado la jerarquía eclesiástica en el pasado, obviamente tratando de evitar el escarnio público brutal al que se está viendo sometido todo sacerdote, todo católico, la fe católica y la Iglesia misma como institución.

Lo que estamos presenciando probablemente refuerce las tesis de los más conservadores jerarcas, con su disimulo o su silencio, de estas acciones de sus subalternos contra la niñez, y directamente contra el evangelio y Jesucristo.

Pero ah, le dirán al Papa Francisco, ¿ves cómo teníamos razón? El único resultado de aceptar esta situación en público es que nuestros enemigos desacrediten a toda la Iglesia, que se pierda la fe, que los mismos cristianos dejen la Iglesia y a Cristo, que todos los sacerdotes, leales y traidores, seamos vistos con miedo y con asco; que los ateos y los miembros de otras religiones aprovechen para despedazarnos, aunque entre ellos esta situación se repita de igual o peor forma. Lo que has hecho es poner en bandeja de plata a la Iglesia de Jesucristo para que sea destrozada.

Tolerancia cero

Sí, el Papa Francisco es el Papa que al fin puso la línea y dijo tolerancia cero.

No le ha temblado la mano para sancionar a sus cercanos altos jerarcas, ni para llamar a reunión al mundo entero a Roma para tomar cartas desde arriba, desde la cabeza de la Iglesia, para decir ¡basta ya!, y hay que sancionar a todos, no solo los culpables sino los que encubrieron, y más aún, reunámonos para ver dónde es que se ha fallado y qué medidas preventivas deben tomarse para que esta maldad sea expulsada de la Iglesia Católica. Uno es suficiente para sacudir toda la institución y declarar tolerancia cero al abuso infantil, al abuso de las monjas, al abuso. Punto.

Pero si fuera uno… pero es una epidemia, reconoce el Papa. Y ha tenido el valor de llamar a las cosas por su nombre, de señalar con el dedo a los culpables, de pedir cuentas a los supervisores acerca de cómo callaron o qué estaban haciendo mientras sus sacerdotes se perdían así.

Y sí, que se entere la Iglesia, que se enteren todos los jerarcas, que se entere la prensa – invitó a la prensa a esa reunión sobre el abuso infantil-   que se enteren todos.

Porque solo reconociendo la enfermedad está uno en posición de combatirla.

Porque no es tapando ni haciéndose el ciego como se aporta más para la santidad a que está obligada toda la Iglesia. Y recuerdo aquí que Iglesia somos todos, no solo los sacerdotes.

El Papa Francisco ha hecho lo correcto. Por primera vez en este campo, la jerarquía de la Iglesia toma la posición correcta. Y lo hace con claridad, con decisión, con fuerza y desde arriba, aplicando todo el peso de la autoridad. No dudo que esto hasta le pueda costar al argentino, un matecito envenenado cuando menos piense, o una pequeña zancadilla, quizás sea suficiente. Los movimientos religiosos están integrados por seres humanos, y yo no necesito contar de los que somos capaces, porque todos los sabemos.

Sabiéndolo, el Papa Francisco ha hecho lo correcto. Sin temor. Sin esconder nada. Públicamente. Porque claramente está respaldado por la Justicia, porque las voces atormentadas de las víctimas fueron escuchadas hasta lo alto, y él debe actuar sin miramientos ni condescendencias con nadie.

Han rodado cabezas y rodarán más

En esta ocasión como en otras de su historia, con humildad, la Iglesia debe pedir perdón y rectificar. Ojalá los gobiernos, los líderes políticos, las organizaciones internacionales, las grandes empresas transnacionales, aplicaran también esta sana transparencia y estos públicos reconocimientos. Que solo lo haga la Iglesia no es porque solo en ella se cometen errores y pecados graves. Es porque en ella se ha tenido el valor y la humildad para pedir perdón, para reconocer el error, para tomar medidas para corregir. Ya quisiera uno que todos los seres humanos tuviéramos ese coraje.

¿Quiénes somos nosotros para hacer este gigantesco escándalo y destrozar con morbosidad, hasta odio, y la más completa ausencia de misericordia, a los sacerdotes que han cometido estas monstruosidades? ¿Eso es lo que nos enseña el evangelio? ¿Quién está libre de pecado para tirar esas piedrotas que lanzan con tanta gana, a diestra y siniestra?

Sí, debe aplicarse la ley. E insisto, no solo las leyes de la Iglesia, no. Debe aplicarse a cada delincuente su castigo penal, como a cualquier ciudadano, porque ha cometido un delito, y un delito muy grave, que probablemente destrozó para siempre la vida de un ser humano.

No pueden los jerarcas eclesiales facilitar la huida de los culpables, ni esconderlos, ni perder las denuncias. Y claro que tienen miedo. Más de uno. Porque algo deberán; pues el que nada debe, nada teme. Toda la Iglesia, en todo el mundo, ha sufrido un sismo de dimensiones colosales, pero hacia adentro. No me refiero al escándalo en la prensa. La posición firmísima del Papa puso un ¡hasta aquí, ni uno más! Y todos, cada uno, van a responder por actuar o por dejar actuar.

Hacer leña del árbol caído…

Pero viendo que las cosas son así de claras. Que se acometen con firmeza (¡al fin!) y de inmediato las acciones para sancionar, corregir y prevenir. ¿Qué sentido tiene hacer leña del árbol caído? ¿Cómo aportamos positivamente a este cambio de curso histórico cayéndole a la Curia como si fueran un bunker del narcotráfico? ¿Cómo ayudamos al Papa a realizar esta limpieza dramática hacia adentro, cómo ayudamos a sanear el cuerpo de la Iglesia, del cual formamos todos parte, destrozando a fulano o mengano, disfrutando el amarillismo de alguna prensa que se solaza en relatar “dónde le tocó y cómo le hizo”, reiterándolo unas cien veces, callando cobardemente sin defender a los que sí trabajan por el pueblo de Dios, a los que sí se sacrifican, a los que han sido leales y fieles servidores?

Sí, hay que exigir cumplimiento, hay que denunciar, hay que aplicar la ley. Hay que estar vigilantes.

Pero no es la hora de disfrutar la desgracia ajena, de hacer escarnio, de irrespetar con matonismos injustificados a una entidad que se está abriendo a colaborar… Mientras en las playas de Costa Rica, ahí no más, a escasos kilómetros de la capital, se abusa de las mujeres y los niños a plena luz y todos los días, y no he visto yo operativos policiales de tal envergadura para combatir esos crímenes… No, no es hora de regodearse en la desgracia ajena, recordemos que a cada cerdo le llega su hora. Sino más bien de mirar hacia adentro de nuestras instituciones y de nosotros mismos, donde abundan la corrupción y los errores, para intentar hacer lo mismo que la Iglesia Católica está haciendo: corregir y rectificar.

No somos tan valientes, para hacerlo así exponiéndonos al público. Pero hay que hacerlo.

Un teatro injustificado

Ya quisiera yo que a los magistrados de la Corte se les aparecieran con pasamontañas y les rompieran las gavetas sin haberles ni pedido antes ningún documento, ahí donde se trata de otro elefante enorme que se mueve tan lentamente y con tantos errores como la Iglesia, para ver si no pegaban el grito al cielo y acusaban de un teatro injustificado al OIJ y rodaban muchas cabezas.

El principio es que todos somos iguales ante la ley. Pero precisamente por ello, si no se ha probado en juicio lo contrario, todo mundo es inocente y por lo tanto no puede ser tratado como un delincuente.

Sigan los procesos, sancionen a quien debe ser sancionado. La Iglesia incluso tiene dentro de sus normas internas, y espero que ahora sí lo aplique, la discrecionalidad para no admitir la prescripción. Cosa que nuestras leyes civiles no permiten. Que se procese a los culpables en ambos tipo de tribunal, porque es lo justo. No más taparse con las sotanas.

Pero los creyentes debemos tener claro que ni Jesucristo predicó esto, ni estaría de acuerdo. Es una falta contra el amor que solo su divina Misericordia podría perdonar. Por eso el Papa, la cabeza de la Iglesia, y la institución están actuando. Nunca es tarde para rectificar. Es peor seguir en la oscuridad. Tenemos que estar orgullosos de que tenemos una Iglesia que ha tomado esta actitud de tolerancia cero y de transparencia, en un terreno tan doloroso y crítico. Tenemos que apoyar al Papa.

Y tenemos que poner en claro las cosas: está comprobado estadísticamente que un 90% de los abusos a menores se cometen en el mismo ambiente familiar. Este atroz crimen es cometido por sus familiares cercanos, los que conviven con ellos y están obligados a protegerlos. En quienes confían y a quienes aman como familia.  ¡Así que no se estén rasgando las vestiduras, hipócritas!

Además, me molesta particularmente que al tratarse de víctimas varones, en general en estos casos de pederastia, parece que se tratara de un pecado mayor o un escándalo más grave. No deja de sorprenderme el tono de las noticias y los comentarios. Cuando ayer, hoy y mañana, las niñas y las mujeres, han sido y son, abusadas, vendidas, compradas, torturadas, violadas, entregadas en trueque para una relación impropia a cambio de una casa, un empleo o comida, asesinadas de la manera más brutal, sistemáticamente, cotidianamente. Sin que llegue jamás la policía a tiempo para impedirlo. Sin que los buenos ciudadanos, que se llenan la boca criticando a los curas, se tomen la molestia de denunciar que a la vecina le están dando una paliza. Sin que cuestionen ni siquiera que un adulto embarace y viva con una niña de 13 años.

Siento también con pena, que le ha faltado a la jerarquía nacional, una proclamación más clara y contundente de su posición en seguimiento al Papa.

Que no han sido todo lo firmes y claros que se esperaría.

Ya pasó la hora de las lamentaciones y pedir perdón. Queremos saber qué harán.

Qué acciones se van a tomar, con lujo de detalles.

Queremos estar seguros de que el mensaje del Papa está bien entendido: ¡cero tolerancia al abuso infantil!