Edgar Fonseca, editor
La única explicación a la súbita rebelión en el PUSC es el rompimiento acelerado de los fuegos electorales con miras a la elección de alcaldes del año entrante y, por supuesto, a las nacionales del 2022.
Solo así se entiende ese afán por linchar a Piza por haberse integrado al gabinete de “unidad nacional” y quien, en una muestra mayor de pragmatismo y de realismo político, ayudó a despegar al presidente Alvarado, amén de ser pieza clave en la negociación de la reforma fiscal.
Solo así se entiende que deseen pasarle factura a cada uno de los socialcristianos que, sabedores de los riesgos políticos que corrían, se sumaron a esta etapa inicial de la administración PAC.
Que quieran colgar de los postes públicos a Edna Camacho, por el delito de atreverse a coordinar el Consejo Económico.
Que quieran sentenciar a André Garnier por ser ministro enlace con el neurálgico sector productivo, empresarial del país.
Se cuidan, eso sí, de no atacar a Rodolfo Méndez, líder histórico socialcristiano que no halló impedimento ante el llamado del mandatario a asumir la brasa del MOPT, y quien encabeza el mayor impulso a la infraestructura que experimenta el país en décadas.
La dirigencia del PUSC da un salto en la dirección incorrecta.
Los resultados de su desatino, al menos recientes, están a la vista.
Fueron por todo en la elección del directorio y se quedaron con las manos vacías.
Los revolcó el tsunami multipartidista que, pareciera, acompañará por mucho tiempo la gestión política local.
Ahora amenazan con un “gabinete a la sombra” para juzgar a un gobierno del que figuras de sus entrañas son piezas clave.
El anuncio transpira un inusitado afán de revanchismo que puede terminar desangrando a un partido llamado a cumplir un rol más decisivo e influyente.
Les asusta llegar a las cercanías de 2022 y que el electorado les tenga en la retina como “cogobiernistas”.
Pero nada justifica, primero, la cruzada inquisitoria contra sus propios militantes a quienes lanzan a la hoguera.
Y, segundo, ese afán de oposición a ultranza, obstruccionista, filibustera, con que tocan tambores de guerra para torpedear consensos políticos cruciales que requiere este país en la revuelta coyuntura de estos días.
Hacen una lectura incorrecta de los acontecimientos.
No se enteran de la metamorfosis de un recalcitrante PAC que, en minoría, admitió, a partir de la figura del presidente, la necesidad de ir a una gestión pragmática, al menos hasta ahora, menos nublada por sus telarañas populistas.
Ni se percatan de un PLN que, fulminado por dos consecutivos fracasos electorales, impone, a pesar de no pocos, el ritmo de la agenda política-país.
Y, así, hasta el bloque evangélico y demás minoritarios “les roban el mandado”.
Por ese camino, la precoz dirigencia socialcristiana, da un salto al vacío, signo de inmadurez y de insensatez y de una mezquindad política que debería ser desterrada.