- Una nueva intentona desestabilizadora extremista amenaza al país. Los principales partidos y sectores deben ser conscientes del riesgo. Las autoridades deben imponer el orden.
Edgar Fonseca, editor
Con el lanzamiento de chiquillos alboroteros y malcriados a las calles como carne de cañón, con el apoyo descarado
de sindicalistas y de salmistas fanáticos, el país fue testigo la semana anterior de un grave brote de desestabilización
que el presidente Alvarado, aunque tardío, enfrentó y que los agitadores amenazan con extender.
El mandatario, con la notoria ausencia a su lado de un hombre de la capacidad negociadora de su ministro de la
Presidencia, se vio forzado a una jornada maratónica de diálogo, con delegaciones tan variopintas como güilas, que
no sabían en dónde estaban ni a qué iban, salvo las instrucciones precisas del dirigente disociador, hasta los
traileros que ahora se creen amos y dueños de este país y deciden quien es ministro o no.
Las protestas que sumen de nuevo al país en un ambiente de desasosiego, muestran a la opinión pública cuáles son los propósitos de algunos de
estos personajes, su afán desestabilizador a cualquier costo.
No sorprende la participación de una dirigencia sindical desprestigiada tras el rotundo fracaso en la fallida huelga
nacional del año anterior.
Necesitaban de una chispa y el reclamo de los traileros, para que se les exima del IVA, –cuando todos los
ciudadanos “de a pie” lo vamos a pagar–, les sirvió en bandeja la justificación.
No sorprende que los dirigentes magisteriales, agazapados, acuerpen a los carajillos y los lancen a las calles con la
mira puesta en un funcionario cuya permanencia y desgaste el presidente debería meditar profundamente tras los
recientes acontecimientos.
Y tampoco sorprende la irresponsable actitud del excandidato presidencial salmista de aliarse y ser parte de los
instigadores de este brote de caos que el país experimenta.
Se nota que, tras su fracaso electoral, y tras las gravísimas acusaciones e investigaciones de cuestionados manejos
de estructuras de campaña, y, tras el colapso de la alianza pentecostalista, anda tras un respiradero.
Sorprendió, sí, la precipitación del PLN, de su fracción y de su directorio político, que al vaivén de las olas, se
lanzó, en medio del vandalismo, a sumar sus voces a las de los causantes de los desmanes. Les faltó una
pizca de sentido común antes de verse arrollados por el vértigo del desorden.
¿Qué sigue?
El país debe estar preparado para enfrentar este tipo de sucesos.
El gobierno no debe ceder al chantaje y a la arbitrariedad de estos grupúsculos.
Reaccionó tardío y, aunque loable, el esfuerzo del presidente por lanzar una inusitada jornada de diálogo, llama la
atención que lo soportara solo.
Su figura se expone a un severo desgaste mientras la opinión pública se pregunta, ¿dónde está su círculo clave de
asesores?
El partido gobiernista sufre, de nuevo en carne propia, la embestida de gremialistas, extremistas, que
tienen convertido al mandatario en su enemigo público número uno.
Tanto para el partido oficialista como para las demás fuerzas políticas, que se guarden de cierta actitud
responsable, este nuevo episodio desestabilizador muestra qué pretenden ciertos dirigentes o líderes aferrados a
sus privilegios, a sus intereses y a sus perversos propósitos. Muestran al país a qué debe atenerse.