Edgar Fonseca, editor/Foto Facebook Fedefutbol
No justifico, bajo ninguna circunstancia, su temperamental reacción ante los periodistas en la conferencia de prensa de este jueves, pero la entiendo…
Sin siquiera haber debutado en certámenes oficiales con la Nacional, el técnico charrúa, Gustavo Matosas, arrastra una insidiosa campaña de desprestigio, de descrédito, de desestabilización que, por algún hilo, iba a reventar.
Así ocurrió este jueves cuando un conversatorio sobre los preparativos del seleccionado patrio para al Copa de Oro se convirtió en un monólogo sobre los dotes, dimes y diretes, idas y venidas de un “carajete”, cuyas luces están aún por verse.
Matosas perdió su compostura.
Nadie lo alertó que estuviera preparado para tal escenario.
Ni para que controlara su reacción.
Aguantó, aguantó y aguantó hasta que su cántaro se rompió.
Fueron cinco golpes de su mano sobre la mesa, molesto, enfadado con el interrogatorio unitemático.
Perdió los estribos.
Y, para la posteridad, queda esta otra cara suya bajo presión, ya no la del gentleman montevideano.
Matosas cayó en la trampa.
La que le tienen tendida desde que fue contratado.
Desde que asumió en enero un “proceso” de “recambio” y de recomposición de piezas tras el ridículo de Moscú. ¡Y toda la cúpula federativa tan campante!
Un proceso que ha empujado, por lo visto, a tientas.
Forzado a acomodar y a reacomodar fichas que hoy tienen a la Tricolor en un “mix” de impredecible performance. ¡Ojo con Nicaragua!
Y con cuatro partidos en su palmarés, con tres derrotas, ya algunos, en este reino de la improvisación y de la mezquindad, piden su cabeza.
Pretenden que la Sele juegue ya como el Liverpool, desdeñando el desierto que atraviesa. ¡Ni Keylor quiso venir!
A partir del domingo, Matosas necesita resultados para convencer.
Pero, más que eso, necesitará de muchísima perspicacia para no volver a caer en otro rifirrafe.