Edgar Fonseca, editor
Un presidente no debe tener iras… pero le doy la razón al presidente.
Un presidente no debe enojarse… pero le doy la razón al presidente.
Un presidente no debe exaltarse… pero le doy la razón al presidente.
Un presidente no debe perder en ningún momento su compostura… pero le doy la razón al presidente.
Un presidente, en fin, no debe perder, jamás, sus estribos… pero le doy la razón al presidente.
Le doy la razón al presidente Alvarado cuando calla a gritos a uno irrespetuosos, disque docentes, que alevosamente urden un incidente e intentan boicotear su mensaje.
Le doy la razón al presidente no solo por el irrespeto a su investidura sino por una acción que enturbió un evento de honda tradición patria.
Los nicoyanos ni el país se merecían el penoso espectáculo en que, finalmente, derivó la celebración del 195 aniversario de la Anexión del Partido de Nicoya a Costa Rica.
Un acto que representa una de las mayores reafirmaciones de la soberanía nacional pero que, por la irresponsable conducta de unos alboroteros, se vio nublado.
El presidente cargado de presiones, como anda, tragó el anzuelo.
No lo advirtieron sus asesores, ni sus más íntimos, de lo que le podía esperar ahí o en cualquier otro escenario en la presente coyuntura.
No debió hacer eco de aquel retazo de pachuquismo de unos cuantos.
No debió ceder a semejante exabrupto.
Pero tuvo razón al gritarles y callarlos con sus contundentes: “¡Qué viva la Anexión! ¡Qué viva Guanacaste!, ¡Y qué viva, qué viva, qué viva Costa Rica!”
Si es que así lo querían escuchar. Que lo oyeran y no lo olvidaran.
¡Le doy la razón al Presidente!