Edgar Fonseca, editor
Si yo subí las gradas de aquel viejo edificio hasta el tercer piso y fue ahí donde se me abrieron las puertas como asistente de reportero un venturoso abril de 1975, apenas iniciado en la Escuela de Periodismo de la UCR.
Me llamó en aquel entonces , Enrique Tovar, para que me sumara como asistente en aquella pequeña pero hermosa sala de redacción que daba a un ventanal y a la avenida Central.
Entonces, primero bajo la tutela de Carlos Darío Angulo, de la rancia familia Angulo de grandes periodistas, y luego bajo la guía de Tovar, me inicié en la capital lleno de ilusión a la caza del sueño de mi vida: ser periodista.
Entonces me correspondía mover las notas preparadas por periodistas experimentados como Juan Ramon Gutiérrez o Eduardo Castro hacia las salas de transmisión.
Y escuchaba la voz de Pilo Obando, que se abría campo ante gigantes narradores deportivos de aquella época de oro, como José Luis El Rápido Ortiz, llamarme por las iniciales de mis apellidos, “efeme”, mientras yo compartía, solo ojos y oídos, el ajetreo de las principales ediciones.
Y escuchaba el cimbronazo de voz con que cada hora tronaba al país, Leo Loaiza, con aquella potente identificación: Monumeeeeeeeennnnntaaaaaaaaal!
Y seguía, admirado, las sonoras voces de Carlos Alberto Quesada, Armando Contreras, Gerardo Zúñiga o Mario Murillo al transmitir las noticias o al dar un informe de ultimo minuto con la sirena a todo vapor en aquella vieja capital.
Y viví una de las experiencias mas frustrantes cuando no pude salir a la calle como reportero, porque “no cumplía los requisitos”, tras la tragedia del bus en que murieron 50 personas en La Angostura.
Aunque un día me autorizaron a cubrir un bloqueo de vías en el recién iniciado vertedero de basura de Rio Azul.
Y, por supuesto, dentro de mis asignaciones, debía completar, cada hora, la pizarra noticiosa que daba a la avenida y en la que, como un malabarista, colocaba cada letra hasta dar algún informe importante ante el cual los transeúntes pasaban y se quedaban como electrizados leyendo. Aquel preludio del WhatsApp era colectivo y vibrante…
Y así completé aquella fugaz pero formativa travesía por la poderosa Monumental, por la “esquina de los grandes acontecimientos” a la que llegaban los grandes protagonistas noticiosos, como los recién electos presidentes.
Yo también soy Monumental y no olvido aquel paso, hace apenas 44 años, su aprendizaje, y celebro estos 90 años por todo lo que han significado para el periodismo nacional al formarse en sus salas y noticieros decenas de profesionales de la comunicación, al ser testigo y protagonista excepcional del desarrollo de nuestra historia y de la libertad de expresión.
¡Feliz cumpleaños, Monumeeeeeeeeennnntaaaaaaaaal!