Edgar Fonseca, editor
Un acierto la decisión del presidente Alvarado de rendir homenaje a 50 oficiales de unidades especializadas en la lucha antiterrorista en el país.
Sin que los golpes asestados a los grupos criminales detectados signifique que el mal ha sido extirpado, este año puso a prueba la capacidad profesional de dichas unidades para responder ante gravísimas acciones subversivas ejecutadas y en marcha.
Los explosivos colocados en las afueras de Teletica y en el despacho de la diputada Zoila Volio, y el rejuntado de aventureros que lanzó amenazas desde una finca en La Virgen de Sarapiquí, dejaron al desnudo a grupos que no podían pasar inadvertidos, minimizados, ni ser sujetos de la más seria investigación.
La amenaza del terrorismo, quizá el mayor mal que enfrenta la humanidad, quedó en evidencia con las acciones perpetradas y los preparativos paramilitares en montañas caribeñas.
Lo más grave estaba por venir y fue abortado gracias a la oportuna, providencial y contundente respuesta de las unidades antiterroristas del OIJ y la DIS.
Sospechosos involucrados en esas acciones pretendían –según verificaron las autoridades– ejecutar un gravísimo atentado en el acto principal de celebración de la fecha de Independencia en el Parque Nacional el 15 de setiembre. Intentaban un baño de sangre.
De manera fulminante, aquella temeraria acción fue repelida por las autoridades que arrestaron a los cabecillas y participantes en el plan.
El desmantelamiento simultáneo de un grupúsculo de aventureros en las montañas de Sarapiquí, también puso a prueba la capacidad investigativa y operativa de los cuerpos antisubversivos.
En ambos casos las respuestas fueron fulminantes y los sospechosos arrestados y puestos a la orden de los tribunales donde deben dar cuentas.
No significa que el mal se acabó.
Que la amenaza desapareció.
El terrorismo no guarda miramientos en sus acciones.
De ahí lo significativo del reconocimiento presidencial cuando exalta que los 50 oficiales distinguidos y sus jerarcas cumplieron con apego a su misión y a su responsabilidad en resguardo de la seguridad y estabilidad del país.
Más allá del gesto simbólico del gobernante, conviene evaluar el debido fortalecimiento de estas unidades antiterroristas.
Naciones amigas como EE.UU., España, Colombia, que han enfrentado la brutal agresión del terrorismo, pueden reforzar con adiestramiento y equipo a unos cuerpos policiales que demostraron profesionalismo y eficiencia ante los recientes sucesos.
Sería el mejor reconocimiento a su labor y fortalecería la potencial respuesta de las instituciones de seguridad del país ante futuros acontecimientos parecidos que no se deben descartar. La amenaza está latente.