Edgar Fonseca, editor/Foto Twitter LDA
Para el gerente deportivo de Alajuelense, el 21 de diciembre pasa como una fecha más, cualquiera, una que registrará un mero resultado, otro revés, en la ya larga cadena de frustraciones que acumula el club erizo en la última década.
Dicho gerente trata de pasar pronto la página, o quiere hacerse el desentendido, tras una de las más grandes decepciones vividas por la noble afición rojinegra, esperanzada en volver al título, tras 12 torneos consecutivos de sequía.
Fracaso parecido, aunque de mayores proporciones al de la S, que se quedó en la cuneta de las semifinales, algo muy penoso y mortificante para el orgullo morado, pero eso es punto y aparte…
¿Aquí no pasó nada?
En sus primeras declaraciones tras la debacle del Morera Soto, el gerente manudo habla como si tratara de hacer un borrón y cuenta nueva.
Como si nada hubiese pasado aquel 21 de diciembre, con un estadio y una expectativa a reventar a tan solo dos minutos de la final, ante los ojos estupefactos de una afición, de socios, de dirigentes que vieron como, en un santiamén, un club que cabalgó el torneo a lomo de líder se desinfló, se desmoronó, se desfiguró estrepitosamente en la hora clave, tras cuatro partidos, tiempos extras y penales, y mordió el polvo miserablemente.
Esa pesadilla, aún fresca y sangrante en el sentimiento manudo, no solo fue obra del infortunio de un portero, a quien ahora se le viene el mundo encima, el fracaso deportivo es colectivo, al no acceder al título, y despilfarrar un objetivo institucional clave.
El gerente se hace el desentendido.
O cree que los aficionados son tontos.
Que son dignos de vacilarlos y de tomarles del pelo.
Se va por la tangente y se agarra de la que cree es su tabla de salvación, la polémica con su verdugo por el manoseo de contrataciones, cuando él tuvo a disposición una planilla de lujo que falló en la hora de la verdad.
El gerente y toda la estructura que le acompaña, directores, cuerpo técnico y jugadores, deben una respuesta pública convincente.
No esas evasivas y gélidas respuestas, con ningún signo de humildad, ni ningún destello de reflexión, mucho menos de autocrítica, provenientes de alguien por cuyas venas, parece, no corre la menor gota de la sangre, de la vergüenza, ni de la gloria con que la historia le ha reservado a Alajuelense un sitial de honor, tan venido a menos en tiempos recientes.