Edgar Fonseca, editor
La cara facista y autoritaria del hasta ahora muy telegénico presidente Bukele de El Salvador quedó al desnudo este domingo.
Ordenó el asalto militar de la Asamblea Legislativa en una de las más repudiables acciones antidemocráticas de los últimos tiempos en Latinoamérica.
Se convierte no en cómplice sino en títere del ejército en este infausto episodio para la frágil institucionalidad salvadoreña.
“Su acto de matonería populista es un ataque muy grave a toda la institucionalidad democrática que tanto ha costado levantar en El Salvador. Si el presidente no lo sabe es un incapaz; si no le importa, una amenaza para el país”, denuncia el sitio El Faro de San Salvador tras este suceso.
Muy en los pasos de Maduro y de Ortega, Bukele, que cuenta con el favor de una feligresía “progre” en la región, ordenó y se prestó a la intervención de tropas del ejército y de la policía en el Congreso.
Perpetró el golpe indispuesto por el rechazo de los diputados a un proyecto de iniciativa oficial para incrementar las operaciones militares y de seguridad en una de las naciones más violentas del mundo.
Justificó sus acciones en “la voluntad de Dios.
“Le pregunté a Dios y me dijo paciencia”, dijo Bukele al lanzar un ultimátum a los diputados ante una Asamblea militarizada, denunció El Diario de Hoy de San Salvador.
Solo 22 diputados de 84 legisladores que conforman la Asamblea legislativa salvadoreña cedieron ante su temeraria acción.
“Los diputados que no están acá están en desacato constitucional. Ahora es muy claro quien tiene el control de la situación y la decisión que vamos a tomar ahora la vamos a tomar en manos de Dios”, dijo Bukele. Y se puso a orar, según el diario Prensa Gráfica de San Salvador.
El golpe de Bukele, sometido al ejército, atropella la institucionalidad salvadoreña.
Es el peor desafío a la estabilidad democrática de dicha nación desde los tortuosos Acuerdos de Paz de 1992.
Esta deleznable acción no debe quedar sin condena.
Costa Rica debe ser la primera en repudiar este asalto a la democracia perpetrado por un gobernante muy venteado en filas “progres” como la nueva pomada canaria en la política regional.
“Lo que sucede en El Salvador es inaceptable y no puede justificarse de ninguna manera. Es un claro intento por borrar al Poder Legislativo e imponer la voluntad del gobierno por la fuerza. Los países democráticos no podemos callar”, censuró el presidente de la Asamblea Legislativa, Carlos Ricardo Benavides tras este nefasto trance en el hermano país.
El gobierno no debe guardar silencio.