Edgar Fonseca, editor/Foto BBC
El “estado solidario” devastado por la pandemia de las opíparas convenciones colectivas, por los pluses multimillonarios, por las escandalosas pensiones de distintos regímenes, por los sueldos y dietas de “jeques” en las directivas de las instituciones autónomas, en las directivas bancarias… ese “estado” hace aguas en estas horas de emergencia pero da la cara.
-Sueldos de los jerarcas de los supremos poderes, de instituciones autónomas, de directivas bancarias; convenciones, pluses y pensiones escandalosas deben entrar en revisión urgente
Bien por el presidente y los líderes legislativos en el frenético esfuerzo en el que se encuentran por tratar de cubrir al país, y, en estas horas, a los cientos de miles de ticos cuyas familias entran en la zozobra de la inestabilidad laboral, económica, social al arrasar la pandemia china con miles de puestos de trabajo en el sector privado.
Pero, ¡ojo!, cuidado con el “virus Bukele” que sumerge en el caos y la desesperación a El Salvador con ofertas populistas irresponsables.
Bien que se acuda a cuanto recurso financiero interno y externo esté al alcance para amortiguar los efectos de la brutal pandemia económica que nos deja la peste china.
Pero así como ese “estado solidario”, casi quebrado, casi colapsado, hace ingentes esfuerzos no solo por controlar los efectos sanitarios de la epidemia, con una ejemplar respuesta del sector institucional salud, otros grandes actores sociales deben decir presente en estas horas críticas para el país.
Los más grandes conglomerados empresariales, como lo dicen visionarios emprendedores nacionales, deben avanzar con decisiones de salvamento, con “cabeza fría”, en donde el empleo, en donde la solidaridad, sea clave.
También los líderes sindicales y de los múltiples gremios profesionales y sectoriales, están llamados a demostrar de qué “solidaridad” están hechos y deponer esos cegados intereses particulares, que ni siquiera una brutal pandemia, como esta, parece removerles.
Es un momento de sacrificio nacional.
Nuestra generación no vivió la tragedia de la guerra que arrasó y destruyó naciones durante la últimas décadas.
Ni vivió dictaduras nefastas que hubiesen quebrado el alma democrática del país como ocurrió a lo largo del hemisferio todo este tiempo.
Ni sufrió cataclismos naturales que hubiesen demandado un esfuerzo de emergencia de reconstrucción como ocurrió muy cerca de nuestras fronteras.
Pero está ante una prueba mayúscula de resistencia y respuesta institucional.
Y ante todo de solidaridad. De todos. ¡Por parejo!
Una prueba de respuesta y resistencia frente a los inesperados embates de una peste que, un régimen totalitario, ni siquiera pudo dominar a sangre y fuego en sus amuralladas fronteras y la propagó, como funesto legado de esta era, al resto de la humanidad.