A 41 años de una mayúscula traición a las aspiraciones democráticas de Nicaragua y del mundo

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20 de Julio de 1979, antes de su entrada a la plaza de la Republica, Alfonzo Robelo, Moises Hassan, Daniel Ortega, Sergio Ramirez y Violeta Barrios de Chamorro. LA PRENSA/Cortesia IHM

Edgar Fonseca, editor/Google Images

Entré a Managua aquel 19 de julio de 1979 con las tropas victoriosas del Frente Sandinista de Liberación Nacional.

Entré a Managua tras haber dormido aquella noche-madrugada en nuestros propios vehículos en las inseguras calles de Masaya hasta donde los grupos insurgentes, al mando precipitadamente del “control” y del “orden”, nos dejaron llegar por razones de seguridad.

Horas antes, por la tarde, habíamos cruzado, junto a compañeros y colegas, Peñas Blancas y habíamos arribado a Rivas.

Rivas estaba convertida en una ciudad humeante, con su cuartel atacado, con guardias somocistas retenidos, conducidos por sus nuevos carceleros, con sus manos atadas por alambres de púas.

Con gentes tiradas a las calles, angustiadas, sufridas, otras eufóricas.

Aquella escena sigue clavada en mis retinas.

Esa misma tarde avanzamos apresuradamente hasta Masaya, donde debimos pasar la noche dada la inseguridad reinante en aquellas ciudades y poblados.

Entramos con el Frente Sur

Nuestra entrada a Managua, la madrugada de aquel 19 de julio, se dio junto a las fuerzas guerrilleras del denominado Frente Sur que, durante la guerra contra la dictadura de Somoza, operó a lo largo de la frontera entre ambos países, particularmente desde Peñas Blancas.

Aquel frente lo comandó Edén Pastora, recién fallecido al parecer por covid-19, con profundas conexiones en nuestro país.

Pastora, estaba convertido en un héroe y leyenda tras haber asaltado el Palacio Nacional de Managua, el 22 de agosto de 1978, junto a un comando integrado, entre otras figuras sandinistas, por Dora María Tellez, purgada luego del FSLN.

De aquel asalto, que le permitió liberar a decenas de reos sandinistas de las cárceles somocistas, Pastora pasó a operar en la frontera de Peñas Blancas.

Pastora ni el Frente Sur infligieron ningún golpe decisivo al ejército de la Guardia Nacional de Somoza durante aquella etapa, coinciden distintas fuentes.

La amenaza de Somoza, Castro y Torrijos

Pero la operación de aquella fuerzas guerrilleras en el borde limítrofe sí derivó en un estado de latente riesgo para la seguridad nacional, al punto que, en diciembre de 1978, Somoza amenazó con invadir Costa Rica, relata el exministro Juan José Echeverría Brealey, protagonista clave de aquel capítulo, en su libro La guerra no declarada.

Somoza amenazó con penetrar con sus fuerzas el territorio nacional, ante lo que el gobierno del entonces presidente, Rodrigo Carazo, acudió a un convenio de seguridad con Venezuela que advirtió al régimen de Managua que, si tocaba a Costa Rica, bombardearía de inmediato las principales bases militares nicaragüenses, empezando por El Chipote, sede del dictador, relata Echeverría.

A tal extremo llegó la emergencia que –según Echeverría– con apoyo de grupos del ICE minaron todos los puentes de la Interamericana Norte, de Barranca a Peñas Blancas, ante un eventual avance de tropas somocistas.

E instalaron dos campamentos militares en la hacienda Santa Rosa y la hacienda frontera El Hacha.

Somoza echó para atrás.

El gobierno de Carazo se amparó, además, al refuerzo de ocho baterías antiaéreas, enviadas en secreto por el régimen de Fidel Castro, a través de Panamá, según la citada fuente.

Aquellas baterías antiaéreas –narra Echeverría– las consiguieron bajo un convenio con el gobernante panameño Omar Torrijos.

Torrijos, en una ocasión, le envió un mensaje a Carazo escrito en una servilleta que decía: “Carazo, todo lo que Panamá tenga y Costa Rica necesite. Omar.”, cuenta Echeverría Brealey.

Las ocho baterías antiaérea de fabricación china llegaron en vuelos secretos hasta David, Panamá, y luego transportadas al entonces aeropuerto de Llano Grande, hoy Oduber, en Liberia.

Uso libre de fronteras, dice Fidel

El exdictador cubano, Fidel Castro, ratificó dicho episodio de apoyo militar secreto a Costa Rica.

“Años después hicimos las paces cuando desencadenamos la guerra de Nicaragua desde La Habana”, relata Castro, al referirse, con menosprecio, al expresidente José Figueres Ferrer, en La autobiografía de Fidel Castro, del autor Norberto Fuentes.

Según el líder cubano, fueron sus influencias con Figueres las que le permitieron a La Habana “poder usar libremente sus fronteras con Nicaragua para meter todo el armamento que quisimos. Armamento y personal militar de todo tipo, desde nuestro más avezados oficiales, hasta combatientes internacionalistas reclutados en todo el continente”.

Fue un frente clave

Aunque no ejecutó ninguna acción decisiva, el Frente Sur, según analistas, cumplió un papel estratégico vital al provocar que Somoza movilizara a la frontera con Costa Rica a su batallón élite clave, EEBI, y descuidara puntos clave en el resto del país, que lo dejaron vulnerable en la ofensiva final del FSLN.

De héroe a un “cero a la izquierda”

Llegamos aquella madrugada a Managua con Pastora convertido en un héroe, en un ídolo.

Todos los querían saludar y tocar. Menos algunos…

Horas después, aquella misma mañana, en medio del ruido ensordecedor de fusiles disparados desde cualquier rumbo, en medio del ruido estridente de sirenas de camiones de bomberos y de ambulancias de la Cruz Roja que les abrían paso, Daniel Ortega y la Dirección Nacional del Frente Sandinista (los 9 comandantes) lo convertían en un “cero a la izquierda”.

Lo relegaban a viceministro de Defensa a las órdenes de Humberto Ortega, hermano de Daniel, con fuerte arraigo familiar en Costa Rica.

Aquella misma mañana palpamos el delirio de miles y miles de gentes en la nueva Plaza de la Revolución de Managua, de gentes que crujían con sus fusiles por las calles, de gentes que botaban estatuas del dictador.

Aquella mañana del 19 de de julio, hace 41 años, vivimos a flor de piel, erizada, el delirio de gentes que lloraban, que gritaban tras reencontrarse con sus hermanos, con su padres o con sus amigos, tras años de ausencia.

Palpamos la esperanza y las ansias democráticas de un país ante la expectativa del mundo.

Aquella inolvidable mañana, palpamos, también, con el paladar amargo como aquellas ansias democráticas quedaban hechas trizas, en un abrir y cerrar de ojos, mientras los nueve comandantes proclamaban el rumbo antidemocrático de aquella revolución postrados ante sus amos de La Habana…

1 COMENTARIO

  1. Buenas tardes. Un relato de un testigo en primera fila que,creo, cuenta las esperanzas de muchos costarricenses amantes de la libertad, el pluralismo y el estado de derecho. Esperanzas que fueron traicionadas por un camarilla de estafadores, algunos de ellos desaparecidos o retirados a otras tareas. Algunos de ellos escritores, cantautores o simples ciudadanos de a pie. Espero que don Edgar con su brillante pluma nos comparta quienes fueron esos estafadores y nos cuente como se nos robó el sueño de una Nicaragua libre. Gracias don Edgar. Francisco Herrera Hernández.

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