Ahora, todos somos Allison…

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Edgar Fonseca, editor

Su drama ha calado en el alma.

No solo por tratarse de otra muerte insensata, en esta ola criminal que azota al país, sino por las circunstancias que aún rodean su caso.

Con la desaparición e indicios de muerte de esa frágil jovencita, unos y otros sentimos como si nos hubiesen arrancado algo cercano a nuestras vidas.

Porque acababa de salir del “cole” nocturno.

Porque se dirigía por sector solitario y oscuro de regreso hacia su casa.

Porque habló con su mamá, su heroina.

Porque, ya agitada, también habló con su novio, a quien le contó –casi como premonición–, que la seguían un par de “pintiticas”.

Y porque, en instantes, desapareció, aquella aciaga noche del 4 de marzo, en las circundancias de Ujarras, Cachí de Paraíso.

Su caso pasó a ser parte de esa interminable lista de muertes de móvil y autor desconocido, como ocurrió con el brutal desenlace de la anestesióloga Ana Luisa Cedeño en el hotel La Mansión Inn de Manuel Antonio.

Porque se necesitaron de seis largos y extenuantes meses para que, finalmente, las autoridades sacaran de circulación al único sospechoso desde el inicio, vecino, cuya casa fue allanada apenas ocurrida la desaparición.

Porque en cuestión de horas ese individuo se bambolea y reniega de su disque “confesión” inicial, mientras unos y otros se apresuraron a lanzar campanas de sentencias condenatorias al viento.

“Asesino confeso”, tronaba el ruido de las calles el pasado viernes mientras el presunto culpable caminaba por los pasillos judiciales de Cartago, en una exhibición innecesaria e imprudente para la eficacia de la gravísima tarea judicial por delante.

Cualquier reconocimiento judicial queda deslegitimado.

Innecesario y descarnado fue, también, ver a aquella madre desesperada, plantarse frente al sujeto, que, apenas cubierto por una mascarilla sanitaria, ni la tomó en cuenta.

Ahora todos somos Allison.

Llenamos las calles.

Llenamos las redes con justa indignación.

Pero mientras su caso, como el de la anestesióloga, se hunde en una penumbra de riesgosa incertidumbre, sentimos que, como sociedad, nos quedamos sin respuesta, sumidos en una desértica impunidad, de la que algunos actores clave parecen no percatarse y de la que, no pocos, parecieran dispuestos a sacar provecho.