Edgar Fonseca, editor/Foto politico.com
La juramentación del presidente Joe Biden es un acto histórico de la gran democracia estadounidense.
Es el triunfo de las instituciones sobre los desafueros y la insensatez que han marcado este turbulento periodo que acaba, manchado por ese capítulo infame del 6 de enero con el asalto de tintes terroristas –como lo acusan fiscales federales– de turbas al Capitolio.
Es el triunfo de una voluntad popular electoral mayoritaria desafiada, como nunca antes.
Es el triunfo de la dramática decisión de su Congreso de ratificar esa voluntad pese a la asonada insurreccional perpetrada.
Es el triunfo de su Corte Suprema de Justicia, de sus máximos jueces y de todo su aparato de justicia federal y estatal que resistieron los embates, la coacción, las amenazas.
Es el triunfo de su autoridad electoral que certificó los resultados pese a una viciosa campaña de descalificación, de deslegitimación, de ataques, de denuncias de supuesto fraude, sin fundamento.
Es el triunfo de la dignidad y del decoro de funcionarios y jerarcas desde el vicepresidente, que se resistió a ser cómplice de este brutal asalto a la democracia.
Del Fiscal General que tampoco cedió a las presiones.
De los gobernadores que se pusieron del lado de la razón.
De los secretarios de Estado que rehusaron acceder a esas conductas cuasidelictuales de “hallar” 11.780 votos para volcar, para amañar, para fabricar resultados.
¡”Solo quiero encontrar 11.780 votos”!, les presionaba.
En fin, jamás se había visto tanto despropósito autocrático en menosprecio de sus instituciones.
Hasta llegar a pagar el caro precio del ataque de las turbas al epicentro democrático institucional.
Informan que 25 mil soldados protegerán la juramentación del presidente Biden.
Deberían ser 50 mil, 100 mil, 200 mil, millones de tropas las que se encarguen de custodiar no solo ese acto simbólico e histórico sino de preservar las instituciones tras este peligroso capítulo.
Mirémonos en ese espejo- Nuestras instituciones democráticas no están a salvo de esos desvaríos. Ya fueron puestas a prueba en el 2018.
Y en 2020 vivieron su más violento embate.
Grupos demagogos, extremistas, fanáticos, populistas, andan al acecho en medio del profundo desarraigo partidista de estos tiempos en que cualquier chispa, cualquier paso en falso, puede ser funesto.