Edgar Fonseca, editor
Ante la tragedia que vive el vecino país en manos de la dictadura Ortega-Murillo, Costa Rica debe, como lo ha hecho en momentos cruciales, estar al lado del pueblo nicaragüense.
Por eso es correcta, oportuna y firme la censura del presidente Alvarado tras los gravísimos acontecimientos de las últimas horas en dicha nación.
La condena a esa dictadura corresponde a nuestra razón histórica como ferviente nación democrática.
Una noche tenebrosa
Fue una noche, como la tristemente célebre noche nazi de “los cuchillos largos” de mayo 1934.
La noche del pasado martes, tropas antimotines y paramilitares, con la complicidad del ejército, se dedicaron a rastrillar opositores con Managua como epicentro.
Una semana antes, en desplante de matonismo ante el secretario Blinken, irrumpieron, allanaron y aislaron a la “temida” Cristiana Chamorro.
Y la someten, como a los demás perseguidos y detenidos, a leyes draconianas recién aprobadas por la aplanadora sandinista, para perpetuarse en el poder, a sangre y fuego.
Fue una noche de orgía de poder acumulado en ese asalto gradual contra las instituciones en el que ha venido Ortega, desde siempre, con la complicidad de muchos, entre ellos la poderosa cúpula empresarial.
El fantasma del 90 le hace alucinar
Sometido el ejército, sometido el Poder Judicial, con magistrados, jueces y fiscales activistas del partido gobiernista, sometidas y prostituidas todas las demás instituciones, acorralada la prensa independiente, cualquier intento de resistencia será aplastado, como ocurrió en abril 2018, con saldo de no menos de 300 muertes, miles de presos y centenares de miles de exiliados, 100 mil de ellos forzados al éxodo en Costa Rica.
El régimen, muy en el estilo del cartel de los Soles de Caracas, no está dispuesto a ceder un milímetro de su feudo.
El fantasma del 90 ronda a Ortega y no va a permitir que se repita este próximo 7 de noviembre.
Por eso la cacería brutal desatada en las últimas horas contra aspirantes presidenciales, dirigentes y activistas opositores.
Costa Rica no debe guardar silencio ante la embestida de esta malhadada dictadura cuyas cabezas recibieron refugio, apoyo y refuerzos en suelo nacional para derrocar, en aquel memorable 19 de julio de 1979, a la otra dictadura, la de Somoza.
Costa Rica debe asumir su reconocido tradicional liderazgo en defensa de las instituciones democráticas y en denuncia y condena de este nefasto régimen, una amenaza mayúscula al otro lado de la frontera.