Edgar Fonseca, editor/Foto Edmonton Journal
No me hallarán en el pelotón de fusilamiento de Navas, Campbell, Calvo o Galo, por el decepcionante desempeño de la Sele, hasta el momento, en la eliminatoria a Catar 2022.
Ni me hallarán en el pelotón de fusilamiento, que muchos alistan en esta horas, contra un curtido técnico, llamado de emergencia, de quién, no pocos, esperaban fuese mago… en este reino de improvisación.
En lo que sí no me cabe ninguna duda es en pedir cuentas a todos aquellos que desde los mandos dirigentes, de los clubes y federativos, precipitaron la Sele en los últimos ocho años al despeñadero en que se encuentra en esta ocasión.
A quienes desperdiciaron tiempo de oro en desgastantes ciclos sin rumbo cierto.
A quienes se obstinaron en mantener estructuras obsoletas de capacitación, de adiestramiento, ajenas del torbellino del nuevo fútbol.
Estructuras que en la última década solo fracasos acumularon pero muy a gusto en su zona de confort.
Ante las selecciones de EE.UU y Canadá –competitivas pero vulnerables como cualquier grupo humano–, ha quedado en evidencia que nuestro fútbol, pese a cinco asistencias a copas mundiales en su haber, se quedó rezagado.
No solo por un ausente y debido recambio generacional, como parte de un proceso visionario, sino porque no hay apuesta integral, salvo destellos aislados, por hacerlo más competitivo, por ajustarlo a las vertiginosas tácticas y estrategias que hoy dominan clubes y selecciones élites.
A estos responsables, sí hay que llamarles a cuentas, para que no sigan causando el daño que hoy lamenta nuestro querido y sufrido fútbol y, de paso, nuestra sociedad.
A esos que, de seguro, ya alistan su séquito para ir a disfrutar como jeques en Catar a costa de un mayúsculo fracaso deportivo, a la vista, y de la frustración e impotencia de una noble afición.