Edgar Fonseca, editor
Al presidente Carlos Alvarado:
Señor Presidente, no voté por usted, en parte, porque siempre cuestioné aquellas proclamas altisonantes, divisivas, descalificadoras, deslegitimadoras, que abrigaron, dieron luz y alimentaron al movimiento político que le llevó a usted a la presidencia de la República.
No voté por usted, en parte, porque creí que era producto, más que de una evolución política natural, de un accidente en la polarizada coyuntura de 2018.
Aquella arrolladora segunda vuelta suya, me pareció, más, un espejismo propio del desarraigo en las filiaciones, en las lealtades, en los respaldos partidistas que hoy anega el convivir ciudadano.
El partido que le llevó al poder es el mejor ejemplo.
Aquel abrupto salto suyo a la cima política lo interpreté más propio de ese caminar sin rumbo del país, ha rato ya, en busca de “un mesías que le lleve a una tierra prometida”, como esa que nos ofrecen en estos tiempos…
Y no dejé de llenarme de aprehensiones cuando usted asumió el mando de un ejercicio tan complejo como el de presidente.
No dejaba de preguntarme sobre su capacidad de gestión y de respuesta.
Las apariencias engañan…
El paso del tiempo, el avance de su administración, enfrentada a uno de los más feroces capítulos de convulsión social reciente, en que el país se jugó el todo por el todo para no caer al abismo, pusieron a prueba su talante, su temple, como político, como gobernante y, sobre todo, como estadista.
No se dejó avasallar.
Lo más importante: no permitió el secuestro de la institucionalidad, por grupúsculos ni mezquinos intereses sectoriales.
Supo capear aquellas tormentas, cargadas de brutales acciones cuasiterroristas, de infames bloqueos, de alteración y perturbación del orden público; en fin, de flagrantes asonadas al alero de una prostituida “democracia de las calles”.
Fueron pruebas que retaron su fibra, su madera, para surcar un periodo tan crispado, sin sosiego en lo político, en lo institucional, adobado con escándalos por aquí y por allá.
No solo capeó la turbulencia sino que discernió, clarividente, cuáles eran las decisiones críticas por asumir para permitirle a esta nación avanzar con estabilidad a pesar de la precariedad del entorno.
Capeó, por igual, las traicioneras aguas de la politiquería.
Se mantuvo indoblegable en hacer discurrir la acción del Poder Ejecutivo, de la mano de una Asamblea Legislativa, convertida en su escudero, consciente de su pírrica cuota parlamentaria.
Usted se jugó, en todo ello, una ecuación política crucial. Asumió el costo.
Y, encima, lo desafió la peor pandemia de tiempos recientes.
La respuesta institucional encabezada por usted, a esa descomunal emergencia sanitaria, fue excepcional.
Señor Presidente: vaya donde vaya, vaya tranquilo, con su frente en alto.
¡Misión cumplida!