Edgar Fonseca, editor
Entonces nuestras miradas incrédulas, avergonzadas, adoloridas, se cargaron de lágrimas contenidas a lo largo de aquellos 100 minutos de suplicio.
El sueño acababa en cruenta pesadilla.
España demolía a una Sele desfigurada, irreconocible, en su debut en el Mundial Catar 2022.
Arrollaba a un fantasma de conjunto. Sin poder competitivo y, peor, sin alma.
¿Qué pasó?
¿Por qué pasó?
¿A quién señalar?
Aquella infausta noche de Doha, que eclipsó el mediodía tico y lo sumó en una silenciosa penumbra, multiplica, hora tras hora, las interrogantes para unos y para otros.
No me lanzo en jauría a dentelladas contra jugadores, cuerpo técnico o dirigentes.
Igual hemos vivido jornadas de gloria imborrables.
Pero tras esta debacle, cada quien, en sus respectivas posiciones, incluidos los periodistas, debemos buscar respuestas inmediatas, claras, contundentes. Por mero respeto a una afición noble.
Aquello fue un calvario de principio a fin.
La Sele se desintegró ante el poderío ibérico.
Su mariscal de campo, ese último astro de la epopeya en Brasil-2014, desapareció.
Y, con él, todos los demás.
Y cuando se abrieron las primeras grietas del dique, no hubo un caudillo desde el banquillo, ni mucho menos desde el palco dirigencial que respondiese, que lo advirtiese, que reaccionara ante el tsunami.
Fue una noche de tintes suicidas.
Así una chiquillada ibérica degustó a su antojo un suculento e inesperado manjar que le ofrecían en el majestuoso Al Thumama Stadium levantado en el desierto.
Fue una batalla brutalmente desigual.
Nuestras carencias estructurales brotaron a borbollones, como el agua en un oasis.
Pero igual las teníamos en los mundiales de la mítica Italia 90, Corea-2002, Alemania-2006, el épico Brasil-2014 o el insulso paso por Rusia-2018.
Salvo que aquellas experiencias, pareciera, se vivieron con los pies en la tierra.
Mientras que esta, cual soñado oasis en el desierto, se nos convirtió en espejismo y acabó en la noche más triste y más larga en la historia del fútbol tico…