El presidente y los toros del 2023…

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Edgar Fonseca, editor

Estabilizar la situación económica, controlar un inquietante costo de la vida y multiplicar fuentes de empleo, se asoman como grandes retos para el presidente y su gobierno en el nuevo año.

Los principales sondeos citan esos tres rubros como los temas de mayor preocupación nacional.

La última encuesta del Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP-UCR), divulgada el pasado 9 de noviembre lo ratifica.

Costo de la vida y situación económica registran un 35% de las respuestas dadas por los ciudadanos sobre cuál es el tema que más les afecta. Le siguen: desempleo 16,8%, corrupción, 11,8%; inseguridad y delincuencia, 7,6%.

El 75% de las personas entrevistadas mencionaron que la situación es mala o muy mala. Únicamente el 11% señaló una calificación positiva (buena o muy buena), destacó el estudio.

¿Están el presidente y su gobierno en la senda de resolver con tal prioridad dichos problemas?

Si el contexto es el trimestre de diferencia entre una y otra encuesta, la respuesta es negativa.

Y lo es más aún si se lanza la mirada a un año atrás.

El costo de la vida y la situación económica figuraban de terceros en las inquietudes ciudadanas.

Quedaban rezagados en un periodo volátil por escándalos de corrupción en la antesala de las elecciones de febrero.

¿Qué no hace correcto el gobierno que le impide disipar esa percepción sobre la nebulosa económica que atraviesa una mayoría de la población?

Quizá los estrategas oficialistas no se han sensibilizado que, por más pirotecnia semanal en las seudo conferencias de prensa, el óleo de decretos intangibles, propensos, con frecuencia, al ácido jurídico, no convencen a la población que alivien sus penurias inmediatas.

Ello, en parte, repercute en el desinflonazo que empieza a registrar la imagen de la gestión presidencial, 11 puntos, nada despreciables en solo tres meses.

La gente percibe, además, que el “paraíso prometido” en campaña se estrella, una y otra vez, con una cruda realidad de limitaciones fiscales, institucionales, legales.

La guillotina sobre las pensiones de lujo y tantos otros odiosos privilegios gremiales de décadas, tan dulce al paladar en los arrabales electoreros, se anega en el pantano de incontrolables vericuetos institucionales contra los que el presidente y su cohorte saben que no deben desgastarse.

En otras palabras, promesas incumplidas que se traducen en engaño, desencanto, decepción. ¿O no?

Como quedan flotando en el ruido politiquero los anuncios y precipitadas decisiones de deshacerse de activos estatales clave, para aliviar la deuda pública, con el riesgo de pasar a la historia como meros bombetazos gubernamentales.

El colapso en obras de infraestructura que, a pesar de sus desaciertos y escándalos, impulsó la administración anterior, tiene al mandatario y su gobierno contra las cuerdas.

Vital, como bien lo sabe el presidente, para mejorar los índices de competitividad país, el impulso de estas obras no depende de esa terca queja suya por lo que se dejó de hacer o se hizo mal, sino por lo que resuelva su administración con prontitud y ejecutividad.

El “parqueo” en que está convertida en este fin de año la neurálgica ruta Interamericana hacia el polo turístico de Guanacaste debería espolearle. Igual el resto de obras que, tras ocho meses de dimes y diretes, siguen paralizadas.

La inseguridad, que se manifiesta en el vértigo de incontenibles asaltos y rompe este año un récord histórico de homicidios, del cual el gobernante se niega, olímpicamente, a aceptar parte de la responsabilidad en los meses que lleva, es, quizá, la mayor emergencia nacional en décadas, pese a que no figure así en los sondeos.

El 2023 será una prueba de fuego para reducir esos brutales índices de inseguridad.

Es tan solo parte de una cruda realidad cotidiana que el presidente deberá enfrentar en un año en que, además, lidiará con el lastre de los escándalos del financiamiento de campaña.

Una realidad que no le permite seguir en el carnaval, en las corridas, en el ilusionismo de promesas, en los arrebatos de poder o en mesianismos que tarde o temprano cobran graves facturas.