Edgar Fonseca, editor
Sabe que no podrá engañar a tantos, salvo a sus acólitos y troles, por mucho tiempo más.
Que su paso es efímero.
Y los logros efectistas esquivos.
Parece enfrascado en una feroz batalla existencial política.
Una que le haga imponer a cualquier costo sus pretensiones, con el irremediable juicio de la historia.
O que lo incruste como un accidente inevitable en el nublado devenir republicano.
Será uno más, sin talla, sin fuelle, sin templanza para la dignidad de la investidura que se le impuso.
Así lo demuestra, al menos por ahora.
Le agobia que cada día que pasa es uno menos en una agenda ambiciosa… pero grotescamente incumplida.
Ya casi descuenta su primer año de gestión y la carpeta de despacho sigue repleta de promesas rimbombantes, alucinantes, fantasiosas.
A ráfagas se muestra consciente del entramado institucional que juró y debe respetar.
A ráfagas, también, irrumpe, atropella, ataca y se hunde en sus desvaríos.
La debida y sana independencia de poderes no va con ese febril temperamento que, probablemente, sueña con alcanzar sus objetivos sin medir consecuencias.
Un temperamento que le acerca, ominoso, a los desatinos antidemocráticos que hoy rondan el vecindario.
Aunque pareciera consciente que no debe dar pasos en falso que arruinen el súbito itinerario que le catapultó en tiempos de desarraigo ciudadano.
Su soez ataque al ejercicio de la libertad de expresión le exhibe, una vez más, aquí y afuera.
Muy a tono con el lastre y la frustración que arrastra.
- Versión actualizada 14 de enero 2023