Edgar Fonseca, editor

A las puertas de cumplir su primer año de gobierno, y, vacía su gestión de logros fundamentales, el presidente Chaves deslució la magna celebración del 167 aniversario de la gesta de Rivas y amenazó con “dinamitar” los puentes de diálogo en el país.

Una nueva equivocada manifestación de quien ha hecho de sus peroratas una narrativa perversa contraria a lo que debería ser un discurrir prudente, sensato, en la relación política o institucional.

No hay sorpresa en sus aseveraciones.

De su discurso se puede esperar cualquier arremetida.

Apenas arrancó la gestión fueron los diputados a los que acusó de “jugar a las chapitas”.

La emprendió de inmediato contra la Fiscalía, molesto por las investigaciones de supuesto financiamiento irregular de su campaña.

De seguido lo hizo contra la Corte Suprema y enfiló hacia la Procuraduría.

Y antes del receso de los días santos la andanada alcanzó a los jueces a los que acusó –sin presentar pruebas–, de “negociar” sentencias.

De paso, menospreció los primeros brotes sociales de descontento, protagonizados, en todo su derecho, por agricultores, campesinos y estudiantes universitarios, entre otros sectores.

Todo esto mientras el país se desangra en las calles ante la peor ola de inseguridad en décadas y frente a la que esté gobierno carece de respuesta estratégica, oportuna y eficaz…

Cuestionamientos al control político, confrontación entre poderes y la fácil salida de escabullir responsabilidades y culpar a los demás de sus fracasos, desaciertos y de una ya larga lista de promesas huecas, son parte de esa narrativa, de esa estrategia de operación política, de un gobernante, y un gobierno, que, por su minoría legislativa, se ve forzado a negociar, ceder y transar como corresponde en democracia.

Ahora amenaza con “dinamitar” los puentes de diálogo a escasas semanas que deba presentarse ante los diputados a rendir cuentas.

Lo hace a las puertas de la elección del nuevo directorio legislativo, en la que no tiene ningún chance, y a las puertas de arrancar su segundo año de gestión, quizá el último que le queda para dejar, si logra consensos, obra política fundamental.

De ese incendiario discurso de las últimos horas puede que solo queden cenizas en poco tiempo y el presidente, quizá, deba tragarse sus palabras y sentarse a negociar con sus interlocutores, como no le quedó otra alternativa en este primer año de su vacía gestión.