Un año nefasto para la prensa… y el país

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Edgar Fonseca, editor

Ciertamente ha sido un año nefasto para el sano ejercicio de la libertad de prensa y expresión en un país reconocido mundialmente por ser garante de un derecho democrático, ciudadano, fundamental.

Ha sido un año nefasto, no porque la prensa, los medios o los periodistas lo cultivaran, sino porque, de manera insólita, desde la cumbre del poder se ha alimentado y se alimenta un mensaje vicioso, corrosivo, que horada y erosiona el acceso y la práctica de esa singular libertad que hemos respirado y disfrutado como el aire puro.

No se necesita de agresiones físicas, de secuestros o asesinatos, como en el México de López Obrador.

Ni se necesita de deleznables estados de excepción, de amenazas, persecución y exilio como en El Salvador de Bukele.

Tampoco se necesita del aplastamiento a sangre y fuego de dicha libertad como en las tiranías de Nicaragua, Venezuela o Cuba.

He ahí la gravedad, vergonzante, que refleja para el país el último ranking de la prestigiosa organización Reporteros Sin Fronteras al hacerlo descender abruptamente del puesto 8 al 23 en cuestión de un año, sin precedentes en nuestra historia de libertad de prensa.

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América ya no tiene ningún país en verde en el mapa de la libertad de prensa. Costa Rica (23º; -15), que se mantenía como el último bastión de la región con una situación «buena», ha cambiado de categoría tras caer 5 puntos, debido a un retroceso muy marcado de su puntuación política, cita el reporte.  

La libertad de prensa y la libertad de expresión son dos principios muy respetados en Costa Rica, lo que la convierte en una excepción en América Latina. No obstante, ciertos medios sufrieron ataques verbales en el último año, y el ejecutivo restringió el acceso a la información pública, resume el informe. 

No va más allá.

No se necesita de más para dar vitrina global a tal desprestigio al país, inmerecido, que costará remontar.

De ese escabroso retroceso solo hay un responsable: el presidente de la República, quien ha hecho del ataque a la prensa independiente, incómoda, un eje clave de su estrategia política y mediática.

Una conducta que emergió explosiva desde su candidatura tras las revelaciones de polémicos antecedentes en el Banco Mundial.

Ya en el poder, y los hechos, acciones y manifestaciones suman en evidencia, pasó factura.

El país ha sido testigo de esa campaña de deslegitimación al ejercicio periodístico profesional, crítico, protagonizada por el gobernante.

Y no somos una isla.

Reporteros Sin Fronteras no pasó por alto tan particular entorno en un reconocido y admirado oasis de libertad y democracia global.

De ahí, quizá, la contundencia de la degradación.

Un llamado de alerta, de auxilio, antes que sea más tarde.

El mandatario intenta tapar el sol con un dedo.

Desdeña, como era de esperar, el reporte.

Lo que no controla, aparte de nuestra legalidad, es esa rigurosa observación internacional que, atenta, mira y sanciona arrebatos de poder que dejan al país por el suelo, sin merecerlo.