Copa amarga…

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Edgar Fonseca, editor

No se justifica que, tras la prueba de 100 o más jugadores en dos años, el seleccionador nacional no haya amalgamado una estructura básica competitiva.

Ni se justifican esos resultados paupérrimos recientes que tienen a la Sele al borde de uno de los peores papelones de su historia.

Pero, independientemente del desenlace del próximo martes ante la modesta Martinica, que ya nos hizo pasar por la calle de la amargura en Liga de Naciones, y que podría significar ejecutar en la guillotina al técnico, nada justifica es esa carencia de asumir y respetar una cultura y disciplina de procesos deportivos que son los que conducen en el mediano y largo plazo a los éxitos pese a los reveses injustificados inmediatos.

Una cultura que, pareciera, estamos lejos de asimilar y hacer parte en tantas facetas de nuestro acontecer.

Una cultura de seriedad, de responsabilidad y de profesionalismo en el manejo de estas y otras actividades.

En el torbellino de un ambiente rastrero, viciado, corrosivo, la Federación Costarricense de Fútbol estaría dando otro salto al vacío al cortar abruptamente un proceso que apenas empieza, atrapado en el recambio generacional y sustentado en fuerzas que han sido protagonistas en la última década de constantes fracasos regionales, ausentes de mayores competiciones globales.

Panamá, a la que hicimos llorar, hace apenas un año, al arrebatarle el cuarto cupo del repechaje para el Mundial Catar 2022, nos está dando toda una lección no solo de jerarquía futbolera sino de sensatez por parte de su dirigencia al mantener a su técnico danés pese a los altibajos del proceso.

Su objetivo es clarísimo: asegurar un cupo en el próximo mundial, que se asoma menos complicado cuando no estarán de por medio en la eliminatoria enemigos calificados como EE.UU., México y Canadá, por ser los anfitriones.

Los frutos canaleros están a la vista no solo en su selección mayor sino en las nuevas generaciones.

Prueba de ello: acaban de coronarse campeones con su Sub-23 del Torneo Esperanzas de Toulon, Francia.

Absorbieron el trago amargo de Catar pero lo superaron.

No se ofuscaron.

No se precipitaron.

No sentenciaron ni ejecutaron en la horca a su técnico.

En la turbulencia mantuvieron esa mente fría tan propia de un liderazgo visionario.

Apostaron por la continuidad del proceso a pesar del dolorosísimo trance de no de acceder al último mundial.

Nosotros, pareciera, haríamos la del cangrejo.

Retornaríamos a la improvisación diaria de nuestro entorno que, a lo largo de décadas nos ha sumido en mayúsculas frustraciones no solo en el ámbito deportivo sino en campos clave del desarrollo nacional, como son un ejemplo palpable, en estas horas, decisiones insensatas, irresponsables y ofuscadas del presente gobierno. Pero, esto, es capítulo aparte.