Edgar Fonseca, editor
Un país aclamado por su voluntad pacifista, por su apuesta al diálogo local y externo, por su histórica convivencia social, sin mayores traumas experimentados por recientes generaciones, de pronto se ve sumergido en una vorágine de discursos y mensajes violentos y agresivos que, según un reciente informe ONU, se disparó 71% en el último año.
Se detectaron más de 937.000 mensajes y conversaciones en redes sociales ligadas a discursos de odio y discriminación, en comparación con las 548.000 verificadas el año anterior, según el informe.
Las redes sociales, Facebook y Twitter, dice dicho estudio elaborado por Naciones Unidas, el Observatorio de Comunicación Digital del Centro de Investigación en Comunicación, UCR, y la firma COES, especialista en análisis de datos, son el epicentro, la trinchera, la onda expansiva de tan nocivo fenómeno.
El 77% de los mensajes analizados tenía la intención directa de ofender, agredir y violentar a otros grupos o personas, un incremento de 8% respecto al período anterior, destacan.
Los temas que más recogen discursos de odio y discriminación, precisa el análisis, son: la política y elecciones (350.000), orientación sexual (143.000), género (125.000), xenofobia (112.000), choque generacional (92.000), religión (53.000), racismo (34.000), discapacidad (27.000).
Allegra Baiocchi, Coordinadora de ONU Costa Rica, asegura que la campaña electoral y el tema político potenciaron el significativo crecimiento de los mensajes de odio en el país.
Y es, en razón de recientes incidentes protagonizados por particulares en escenarios públicos, cuestionando resoluciones institucionales o atacando funciones legislativas, que salta la interrogante de cuánta influencia tiene en todo este ambiente, ese discurso corrosivo, agrietador del país, en que está enfrascado desde el primer día de su gestión el mandatario de turno.
Porque si una nación debe esperar luz, guía, visión, liderazgo y, ante todo, conductas y mensajes racionales y sensatos, es desde la Presidencia de la República.
El país ha vivido todo lo contrario en estos ya largos 14 meses de administración.
La tónica, la tonalidad, el propósito deliberado del gobernante ha sido propagar un mensaje agresivo, confrontativo con adversarios políticos y sectores, con menosprecio del Estado de derecho y de sus instituciones.
No sorprende que lo protagonice alguien ajeno a la realidad política-institucional durante tres décadas.
Sorprende, sí, el viciado empeño por desgarrar una reconocida tradición de respeto al ordenamiento.
Hoy ataca a la Sala IV, mañana a Asamblea, a la Fiscalía, a la Procuraduría, a la prensa, su obsesión, o la emprende contra la CCSS.
En fin, un carrusel desquiciado.
Este incierto capítulo que atraviesa el país es, entonces, el caldo de cultivo en que cualquiera halla la oportunidad para consumar incidentes como los protagonizados ante la Sala IV y la barra del público de la Asamblea Legislativa. Igual puede ser Zapote mañana el escenario a elegir.
Proceden correctamente autoridades administrativas y judiciales al perseguir, detener y encausar a los responsables de estos destellos de odio en este turbio entorno.
Y que tales manifestaciones no sean inadvertidas por quienes, como el presidente, hoy suman a ese pernicioso afán de partir a cualquier precio una sociedad que merece mucha mejor suerte.
“La degradación de la política y del debate público empieza por la degradación de la palabra. Quien pone el tono es quien gobierna. Hoy nos gobierna el encono y el rencor“, sentenció, con toda razón, la expresidenta Laura Chinchilla.