Edgar Fonseca, editor
Agobiada por la ola de escándalos que un día y otro saltan ante la opinión pública de una administración que juró transparencia a rechinar, la jefa de fracción gobiernista la emprende contra la prensa que ejerce responsablemente su misión.
Como portavoz oficialista tiene todo el derecho a defender su causa.
Lo que no deja de sorprender es que reniegue de valores periodísticos fundamentales que otrora pregonó.
Que los ponga en duda.
Que los pisotee.
Que pretenda dar lecciones de lo que sería un periodismo a gusto del cliente, tallado a la medida, a placer del gobierno de turno, de su gobierno.
La prensa independiente, como bien lo remarcó hace pocos días el reconocido comunicador latinoamericano Jaime Bayly, de paso por el país, no debe hincarse ante el presidente de turno o sus acólitos.
Debe ser crítica.
Debe incomodar.
Debe investigar, revelar y denunciar, sobretodo cuando desde las cumbres del poder se le busca avasallar, cuestionar, deslegitimar.
Ese es un norte clarísimo desde la cúpula de esta administración, empezando por el mandatario y su círculo íntimo del cual la diputada jefe es protagonista clave, plegada ante tan perverso propósito.
Su más reciente discurso en la Asamblea Legislativa la retrata.
“Lo que quieren es enlodar el nombre. Lo que quieren es ensuciar. Lo que quieren es engañar al ciudadano. Es una prensa que se olvidó que su función principal es informar”, arremetió, molesta por el reportaje divulgado por La Nación de las andanzas de un poderoso y desconocido actor asiático, con arraigadas conexiones en el gobierno, quien, de la noche a la mañana, se apresta a participar de uno de los grandes negocios públicos con buses eléctricos.
“No me voy a cansar de señalar a esta prensa que no tiene el más mínimo de reparo de pisotear los principios básicos del periodismo… esa prensa algún día tendrá que dar cuentas de sus actos. Lo que sí les puedo decir es que están cavando su propia tumba… tarde o temprano lo van a pagar y tarde o temprano este pueblo se lo va a cobrar”, sentenció.
Frente a un mensaje tan corrosivo, la prensa debe mantener firme su tarea de grave responsabilidad social.
No debe ceder.
No debe cejar en su empeño por ejercer ese tan necesario control público que resienten quienes ostentan efímeramente el poder y que, como el caso de la diputada de marras, transmutó hasta convertirse en su enemigo público número uno.
¡Cría cuervos…!