Especial PuroPeriodismo/El Faro, San Salvador
Esta dictadura en ciernes no se ha construido de un día para otro. No es resultado de un golpe armado e intempestivo. Ha sido un proceso metódico de casi cinco años que ha contado con la complicidad de políticos y funcionarios corruptos, y un empresariado mayoritariamente cobarde u oportunista; con la debilidad de una oposición desacreditada, dividida o perseguida; y, ante todo, con el liderazgo de un clan familiar obsesionado con una misión: todo el poder. Esta dictadura que se asoma ha sido erigida en el tiempo que ha durado el mandato presidencial de Nayib Bukele.
La postura editorial de El Faro ha sido contundente: una vez Bukele se reelija habrá perdido el último rasgo democrático que lo cobijaba -el haber sido electo en los comicios legítimos de 2019-. Bukele (y sus magistrados y sus diputados, violando al menos seis artículos de la Constitución que juraron respetar) corre como candidato a la Presidencia sin siquiera haber dejado su investidura como jefe del Ejecutivo.
Lo dicen todas las encuestas y lo augura la oposición raquítica, en bancarrota o bajo acoso que le compite: en las elecciones ilegítimas de febrero de 2024, la mayoría de salvadoreños votará para que Bukele continúe cinco años más en el cargo. Pero el voto de la mayoría no es el único ni el más definitorio rasgo de una democracia. Si una democracia es un sistema de contrapesos y límites al poder, El Salvador ya no es una democracia. Si una democracia es el cúmulo de garantías iguales para todos sus habitantes, El Salvador ya no es una democracia. Si una democracia se rige por un cuerpo de leyes y un estado de derecho, El Salvador ya no es una democracia. Si esta democracia es también, por orden constitucional, la alternancia en el poder ejecutivo, estamos a unos meses de perder ese último rasgo.
Especial PuroPeriodismo/El Faro, San Salvador