Edgar Fonseca editor
A punto de cumplir sus dos primeros años de gobierno, con un magro logro de gestión, el presidente parece encaminado a reeditar las escenas, los escarceos, que le llenan de aplausos y genuflexión cada semana entre sus aduladores pero que lo alejan cada vez más de un ejercicio visionario de estadista.
Actúa al ritmo de emociones y ocurrencias, grita, gesticula, amenaza, monta show, pero cada vez convence menos.
Y cada vez más se le agota el tiempo de gobernar.
El mandatario no solo perdió estos dos primeros años en ese laberinto de odio, de insultos, de arremetida contra sus opositores, contra instituciones, leyes y procedimientos, sino que, por los vientos que soplan, parece camino a recrudecer en tan nefasta conducta por lo que le resta del corto periodo en el Ejecutivo.
Se le vienen dos años de salida, en los que el país deberá estar muy atento a su comportamiento y el de su séquito, entendido que no les queda tiempo para mayor obra o legado, salvo correr a sacar los puentes Bailey ante la primera emergencia.
Lo que pudo haber logrado en los dos primeros años, lo dilapidó desde el día uno cuando, en un intento de ir por tierra arrasada, la emprendió contra una muy necesaria normativa sanitaria pública dispuesta por su predecesor en razón de la pandemia Covid-19.
El principio de legalidad con el que chocaron aquellas abruptas decisiones no le hizo caer en cuenta del sistema en el que aterrizaba.
No hubo marcha atrás.
“Háganlo patriótico, diputadas y diputados, aprueben los eurobonos. No jueguen chapitas, no jueguen chapitas”, disparó en otro insólito episodio inicial aquel 25 de julio de 2022 en el parque central de Nicoya.
Apenas llevaba dos meses de gestión y desataba los fuegos de lo que ha sido una tensa y borrascosa relación con un poder clave para cualquier gobernante como lo es el Legislativo.
Con una fracción irrelevante, liderada por la insensatez, el presidente no entendió o no quiso entender el juego, el desafío, al que se enfrentaba.
A cada paso ha sido notoria su errónea lectura de una realidad político-institucional imperfecta pero modelo.
En vez de tender puentes de diálogo los dinamitó.
Y se enfrascó en la más grave acometida que se recuerde de un gobernante contra las instituciones.
Ha sido una lucha corrosiva por el daño, el desprestigio y el debilitamiento que ha buscado causar a cualquier precio en la Fiscalía, el Poder Judicial, la Contraloría General de la República, el Tribunal Supremo de Elecciones y la Procuraduría General de la República.
La institucionalidad ha resistido.
En este convulso entorno, salvo sus incondcionales, no hay quien le reconozca un logro mayor de gestión superados estos dos primeros años.
Con tal carencia no es de extrañar que incurra en gruesos yerros o arrecie su animosidad.
Su arenga incendiaria en Limón pasará a la historia como uno de los mayores fiascos políticos.
Y solo así se entiende el soez ataque contra una dama, diputada y penalista de prestigio que evidentemente le estorba en sus propósitos.
El presidente atrapado en su laberinto…