Oscar Arias, expresidente de la República, Premio Nobel de la Paz

En abril de 1990, durante los últimos días de mi primera administración, se anunció un congreso de lesbianas que tendría lugar en Costa Rica. Yo no aprobé la realización de ese evento.

Hoy hablo desde la atalaya de 34 años de experiencia y de conocimiento de la naturaleza humana. Indiscutiblemente cometí un grave error.

Hoy, jamás tomaría una decisión de esa índole.

En materia de derechos humanos las nociones cambian a un ritmo vertiginoso y los seres humanos evolucionamos, cambiamos, maduramos.

Las intransigencias o rigidices de antaño tienden a flexibilizarse, y nuestra comprensión del mundo se hace más ecuménica y más inclusiva.

Atrás han quedado los férreos cánones con que alguna vez juzgamos a nuestros semejantes y hoy apreciamos la diversidad y ese hecho formidable que llamamos “diferencia”.

Cometí un error.

El Oscar Arias de 2024 no es la misma persona que el Oscar Arias de 1990.

Hoy entendemos mejor que nadie elige libremente sus preferencias sexuales.

Cuando Napoleón mandó a ejecutar al duque de Enghien, el legendario político e intelectual -quien además era el ministro de relaciones exteriores de Bonaparte- Charles Maurice de Talleyrand comentó sombríamente: “fue peor que un crimen, fue un imperdonable error”. Yo, hoy, hago mías las palabras de Talleyrand.

Me depara una profunda paz y una honda satisfacción poder ofrecer mis disculpas al grupo de mujeres cuyo congreso en su momento no aprobé. Esta es una disculpa que no llega tarde: llega en el justo momento en el que le correspondía llegar. Juzgar, evaluar, ponderar, autorizar, sancionar, ejercer el poder de la sindéresis, esto es, distinguir entre el bien y el mal, es el acto más difícil de la vida, el acto que más hondamente compromete nuestra naturaleza humana.

Mi disculpa proviene de los estratos más profundos de mi alma y eso es lo que más valor le confiere.

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