Alucinación perversa… Un deleznable llamado a la sedición

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Edgar Fonseca, editor

En su perversión politiquera, alucina. Y quiere hundir al país.

Se equivoca.

Cree que con sus llamados incendiarios las masas se volcarán a las calles contra el sistema democrático institucional.

No lo logrará.

Que lo arroparán cual líder mesiánico que descendió en el desierto de estos convulsos tiempos.

Parece haber perdido su sano juicio.

Y no de ahora.

Lo evidencian sus teatralidades, sus fanfarronadas, sus shows cotidianos que redujeron al ridículo la grave investidura presidencial.

La más reciente, la amenaza de “actuar” ante los debidas diligencias judiciales en el peor escándalo de las últimas décadas con el manejo de fondos públicos.

Lejos de someterse al ordenamiento, a la Constitución, a la ley, al Estado de derecho, y así demandárselo a sus subalternos, arremete contra la institucionalidad.

El encuentro junto a sus más obsecuentes servidores fue penoso.

Parecía un velorio en que los asistentes participaban desanimados, forzados pero conscientes y sumisos.

Ministros, presidentes ejecutivos y diputados gobiernistas se convirtieron en testigos y cómplices del más deleznable acto que recuerda nuestra historia en tiempos recientes.

Un llamado a la sedición.

Aquellos rostros, aquellas miradas, aquellos sentimientos asintieron sin dignidad ni decoro, mucho menos vergüenza, aquel exabrupto, aquel desplante autoritario de su amo. Especial Zoom Facebook Live

Incitó al odio.

A la violencia.

Al enfrentamiento y al desgarramiento social como ninguno de sus predecesores lo hizo.

Todos callaron. Y lo incensaron.

Pero esa virulencia se estrella con la fortaleza institucional de una de las democracias más sólidas y reconocidas.

La madurez y sensatez cívica ciudadana es la respuesta.

Podrá despotricar.

Podrá atacar, amedrentar e intentar deslegitimar instituciones y funcionarios que no le se arrodillen.

Pero se hundirá en esa perversa alucinación que hoy lo turba.

Consciente, quizá, que no es inmune ni ajeno al largo brazo de la justicia que tarde o temprano le alcanzará.