Edgar Fonseca, editor
Ofensiva para la historia del país, sus próceres e instituciones, la condecoración que le otorgó el presidente de la República al dictadorzuelo salvadoreño queda inscrita en el salón de la infamia nacional.
Ha sido un acto vergonzoso con que el inquilino de Zapote dio rienda suelta a su capricho y desparpajo autoritario para intentar legitimar a un depredador de instituciones democráticas y ciudadanas.
Su presencia en suelo nacional, su arribo a la Casa Presidencial, su pomposo recibimiento y las galas con que lo llenó el anfitrión quedan grabados como un penoso episodio que el país debió atestiguar de la arbitrariedad de quien se cree con poderes omnímodos sabedor que tiene los días contados.
La Asamblea Legislativa y la Corte Suprema de Justicia rechazaron con dignidad ser parte del show.
La presión para que el invitado fuese recibido en el pleno legislativo y en sesión de Corte Plena contó con una resistencia que corresponde con la defensa de los más sagrados principios institucionales y democráticos que nos rigen.
No se podía recibir con honores a quien asaltó con el ejército el Congreso.
A quien asaltó la Corte Constitucional, la judicatura, la fiscalía y las tiene convertidas en meras marionetas.
Bukele y los suyos aprobaron decretos como la Ley Alabí para prohibir investigaciones sobre compras del Estado, decretaron bajo reserva cuantos proyectos han podido, expulsaron a la CICIES por investigar tímidamente su corrupción, destituyeron al fiscal y cerraron la unidad que investigaba corrupción en su gobierno, impidieron a la Corte de Cuentas acceso a documentos de ministerios y cerraron todo acceso a la información pública, narra el periodista Carlos Dada en el exilio.
Ese es el invitado de honor presidencial.
A quien llenan de elogios al intentar lavarle la cara bajo el justificativo de un régimen de excepción, de represión, persecución, censura y exilio a quienes discrepen, que coarta derechos ciudadanos fundamentales por ya casi cuatro años.
La condecoración otorgada es una afrenta a la dignidad del país consumada por el propio presidente de la República y sus adláteres.
Más bajo no podríamos caer.