Oscar Arias: “Trump va a dejar a Ucrania a merced de la invasión rusa por el simple hecho de su amistad con Vladimir Putin”

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Edgar Fonseca, editor

“Trump va a dejar a Ucrania a merced de la invasión rusa por el simple hecho de su amistad con Vladimir Putin”, criticó este viernes el expresidente y Premio Nobel de la Paz, Oscar Arias, en un amplio análisis tras el primer mes del segundo mandato del presidente Donald Trump y sus repercusiones globales.

Según el exmandatario, Putin “ha ido ya muy lejos en su campaña de ocupación como para echar marcha atrás: está atrapado en la mortífera dinámica de su propio juego. Retirarse de Ucrania no es ya una opción para él: en la picota quedaría el orgullo de la madre Rusia”.

“El presidente Trump también tiene veleidades expansionistas y amenaza con anexar a Canadá, Groenlandia y el Canal de Panamá a los Estados Unidos. ¿Habla en serio, o se trata de puras bravuconadas? Nadie lo sabe a ciencia cierta”, destacó Arias en un post Facebook.

“Afortunadamente, no creo que el pueblo estadounidense —en el cual creo y cuyo criterio me merece un profundo respeto— apoye estas ínfulas y apruebe una movilización militar en estas vastas tierras”, afirmó.

“Como lo saben los costarricenses, he dedicado lo mejor de mis fuerzas y mis iniciativas a cimentar la paz mundial: es la divina obsesión de mí ya larga vida. Seguiré en vigilia, seguiré en guardia, seguiré incólume en mi vocación de alcanzar una paz profunda e irrenunciable. Creo en el ser humano y su destino de libertad y armonía convivencial. Cuando en el mundo entero no quedase más que una sola persona que crea en la paz, ese sería, sin duda alguna, yo”, añadió.

Adjunto mensaje del expresidente Oscar Arias

REFLEXIONES EN UN MOMENTO ACIAGO

“El mundo tiembla cada vez que Donald Trump abre la boca. El actual inquilino de la Casa Blanca ha iniciado su mandato de manera un tanto autoritaria, en lugar de hacerlo en virtud de su autoridad, madurez, cultura, empatía e inteligencia. Estamos viviendo un fenómeno sin precedentes: un presidente que padece de trastorno disociativo de la personalidad. Un hombre de doble, triple y cuádruple discurso. Por un lado, pretende ser un adalid de la paz y un enemigo acérrimo de la guerra, y por el otro le solicita a cada miembro de los países que integran la OTAN que aumente su gasto militar hasta alcanzar un 5% de su PIB. Extraña contradicción: el país que creó la OTAN unos años después del fin de la Segunda Guerra Mundial quiere hoy terminar con ella.

El presidente Trump también tiene veleidades expansionistas y amenaza con anexar a Canadá, Groenlandia y el Canal de Panamá a los Estados Unidos. ¿Habla en serio, o se trata de puras bravuconadas? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Afortunadamente, no creo que el pueblo estadounidense —en el cual creo y cuyo criterio me merece un profundo respeto— apoye estas ínfulas y apruebe una movilización militar en estas vastas tierras.

Estados Unidos es un país traumatizado colectivamente: Vietnam, Irak y Afganistán dejaron profundas cicatrices en la psique de la nación. Quienes respaldan este tipo de nefastas iniciativas son una minoría que no conoce las gangrenadas heridas que las guerras dejan en la historia de los pueblos. A Trump lo eligieron 71 millones de ciudadanos, pero no debemos olvidar que el país tiene 334 millones de habitantes: la vasta mayoría no aplaudiría acciones tan hostiles y guerreristas.

Trump representa una involución, una deplorable regresión en el proceso de pacificación de nuestro orbe. Lo he dicho muchas veces y lo repito: las armas solo sirven para matar. Al día de hoy en el mundo hay veinte soldados por cada médico. Las armas son un inmenso negocio, pero con ellas se enriquece un grupúsculo de industriales a expensas de nuestra seguridad y paz espiritual. No puedo pensar en una actividad más vil y más inhumana que la fabricación de armas. Quienes con esta práctica amasan fortunas inimaginables son mercaderes de la muerte, seres éticamente liliputienses. Para ser exactos, son parásitos de la guerra.

Estados Unidos tiene un arsenal de aproximadamente 5889 ojivas nucleares. Ya se han desmantelado unas 900. Pero ¿de qué sirve eso? Cien ojivas son suficientes para acabar sobradamente con la vida humana. Una fracción de lo que se invierte en esta locura destructiva bastaría para solucionar los problemas de salud y nutrición de toda África.

Donald Trump va a dejar a Ucrania a merced de la invasión rusa por el simple hecho de su amistad con Vladimir Putin, y este ha ido ya muy lejos en su campaña de ocupación como para echar marcha atrás: está atrapado en la mortífera dinámica de su propio juego. Retirarse de Ucrania no es ya una opción para él: en la picota quedaría el orgullo de la madre Rusia.

Por otra parte, nos sale Trump con la ocurrencia de sacar a los palestinos de la franja de Gaza y convertir el lugar en una Disneylandia, una nueva Las Vegas o bien en un paraje vacacional para millonarios ociosos. ¡Como si a la gente se la pudiera trasplantar cual una planta que pasa de una maceta a otra! Existe entre el ser humano y su tierra un vínculo profundo, simbiótico y sagrado: expulsar a los palestinos de su nación es una atrocidad, una agresión calificada y un acto de irrespeto superlativo.

Hoy en día, cualquier cosa que suceda en un país repercutirá en toda la comunidad mundial: estamos demasiado interconectados para que esto no acontezca. En lo sucesivo no tendremos derecho de permanecer indiferentes ante el sufrimiento y el martirio de ningún pueblo sobre la Tierra. Estamos obligados a practicar la solidaridad, y esta es una de las más felices consecuencias de la globalización. Como el organismo integral y unitario que somos, el todo gemirá de dolor con la aflicción de cualquiera de sus partes. Hegel lo dijo elocuentemente: mientras en el mundo haya un esclavo, ningún hombre tiene derecho a declararse feliz y satisfecho. Si el ser humano del siglo XXI no es solidario, entonces no será del todo: la historia hará de él pasto de muerte y de tormento. Y a propósito de solidaridad o ausencia de ella, el presidente Trump acaba de cerrar la AID (Agencia para el Desarrollo Internacional), la cual destinaba 44000 millones de dólares a mitigar las condiciones socioeconómicas de los hombres y mujeres más desvalidos de nuestro planeta.

Como lo saben los costarricenses, he dedicado lo mejor de mis fuerzas y mis iniciativas a cimentar la paz mundial: es la divina obsesión de mí ya larga vida. Seguiré en vigilia, seguiré en guardia, seguiré incólume en mi vocación de alcanzar una paz profunda e irrenunciable. Creo en el ser humano y su destino de libertad y armonía convivencial. Cuando en el mundo entero no quedase más que una sola persona que crea en la paz, ese sería, sin duda alguna, yo”.

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