Edgar Fonseca, editor
Entonces, fue un abril de 1975, hace apenas 50 años, cuando subí emocionado y nervioso los escalones que me llevaban al tercer piso de radio Monumental, en su viejo edificio en avenida central, para iniciar mis labores como asistente de reportero en el noticiero La Palabra de Costa Rica.
Acababa de ingresar a la UCR y me iniciaba en la Escuela de Ciencias de la Comunicación Colectiva.
Un aguijón interno me rasgaba, me crispaba, me hacía vibrar y soñar por hacer realidad lo más pronto mi ambición periodística.
Un aguijón que, quizá, me hizo recorrer de niño y de joven las calles de mi natal Aserrí, voceando La Nación y La Prensa Libre “con las últimas”.
Mi paso por Monumental fue breve pero intenso.
Sufrí a cántaros cuando no pude cubrir como reportero en el sitio el drama de la tragedia de La Angostura. Y cuando tampoco pude cubrir la angustia nacional por “el secuestro de la niña Yorleni”. Carecía de los atestados profesionales obligatorios entonces para ejercer como periodista en las calles.
De Monumental salí agradecido por lo que aprendí de grandes del periodismo y de la radiodifusión nacional.
El destino me reservaba otros derroteros.
Así, un octubre hace apenas 50 años, Guillermo Fernández, entonces compañero en la U, me invitó a sumarme como reportero de La Nación.
Ni pestañeé.
Me contrataron a prueba… por tres meses.
El inicio de un maravilloso recorrido bajo la guía de maestros y mentores como Guido Fernández, Enrique Benavides, Julio Suñol, Juan Antonio Sánchez Alonso, Eduardo Ulibarri…
De todos ellos y de tantos otros guardo agradecimiento eterno.
Por haber forjado y pulido en mí ese carácter y amor filial por esta bendita profesión que, apenas 50 años después, me desafía, con no poca emoción, en la vertiginosidad de la era digital.
P.D.-El camino ha sido de riquísimas jornadas, experiencias y vivencias. Pero jamás olvidaré al juez que, en mis albores profesionales, me dictó sobreseimiento de toda culpa y responsabilidad tras haber sido acusado de ejercicio ilegal de la profesión. Evitó frustrar mi sueño de vida.